La figura de Rubén Juárez, recuperada en un documental a la altura del mito

El músico, que cantaba y tocaba el bandoneón, falleció en 2010 y dejó un vacío

Nacido en Córdoba, se transformó en un intérprete único que vivió noches inolvidables junto con Aníbal Troilo

“Rubén Juárez fue un artista total”, dice Gastón Varela. Lo afirma con la pasión que le sigue despertando hoy el gran músico argentino fallecido en 2010. “Parecía tener recursos ilimitados: su manera de tocar, de cantar y de usar el cuerpo en el escenario era única -agrega-. Te abría la puerta a un estado de exaltación extraordinario. Sintetizaba una ancestralidad cultural que excedía al tango”. Gastón es uno de los responsables de Álbum Blanco en tiempo negro, documental que se estrenó -y se puede ver gratis- desde el sábado 29 de agosto pasado en un canal de Youtube creado especialmente para la ocasión. Su socio en el proyecto es Carlos Varela, un cantor de tango que también es un gran admirador del Negro Juárez y que no tiene un vínculo familiar con Gastón, solo el mismo apellido.

La película pinta el retrato de un artista apasionado y singular con el telón de fondo de un país en llamas: El Álbum Blanco de Juárez apareció en 2002, después del desenlace trágico de una crisis brutal en diciembre de 2001, con la represión policial y el asesinato de dos manifestantes, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, en las inmediaciones de la estación de trenes de Avellaneda. “El disco cierra con ‘Volver’, un tema que se puede asociar al origen popular del tango y que, en ese marco, estaba reflejando la vuelta de una cultura plebeya. Tenía mucho que ver con lo que estaba pasando en la calle en ese momento. Creo que por eso la música de Juárez pegó tanto entre la gente joven”, sostiene Gastón. “Rubén manejaba la paleta completa de las emociones -agrega-. En un momento donde todo estaba en discusión -la política, la economía, el rol de los medios-, también había aflorado la capacidad de los argentinos para asociarse y organizarse. Fue el tiempo de las asambleas populares. Juárez es para mí un gran símbolo de esa época”.

Desconfiado por naturaleza, Juárez tuvo un primer encuentro con Carlos Varela en el que no dio muchas pistas de su interés por la propuesta que le llevó un colega al que conocía poco. Varela le ofreció en esa reunión, con el pianista José Pepo Ogivieky como intermediario, producirle un disco para el que ya tenía pensado un título destinado a dar cuenta del amor del músico cordobés por la música de los Beatles, El Álbum Blanco, que también establecía un puente simbólico con la particular elección de Juárez en el color del bandoneón que usó durante años. “Creo que le pareció intrigante que otro cantor -con el que además tenía un contacto superficial hasta ahí- le llevara la idea de grabar un disco -analiza Carlos-. Por otra parte, hacía años que no grababa nada. Por suerte las cosas fueron encaminándose y se pudo hacer el disco y después este documental, con el que colaboró mucho Julián Morcillo, de Prensa Obrera, que nos cedió imágenes de la represión del 20 de diciembre, de las asambleas populares y hasta un testimonio de Darío Santillán. Gabriel Soria, por su lado, aportó material de una presentación del disco que organizamos con el canal Solo Tango en el Teatro ND Ateneo”.

Para elegir el repertorio de El Álbum Blanco (donde aparecen, entre otros grandes temas, “Bien de abajo”, “Cuestión de ganas”, “Sin lágrimas”, “Malena” y “Volver”), Juárez y Ogivieky, director musical que trabajó con él a lo largo de veinte años, escucharon más de 150 tangos. Fue un trabajo arduo y a conciencia: era la vuelta de a un estudio después de un largo paréntesis que el temperamental artista cordobés se había autoimpuesto.

“Juárez se entregó por completo a ese disco. Hizo las cosas como solía hacerlas: a todo o nada -señala Gastón Varela-. Tengo una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: el Tasso organizó en 2004 un festival gratuito en el que la gente iba entrando por orden de llegada. Uno de los artistas que se presentaban era el Negro Juárez. El lugar estaba repleto, había incluso gente parada en una escalera, no entraba un alfiler más. Y también estaban los que no habían podido ingresar y se quedaron enfrente, en una lomada del Parque Lezama. Eran muchos y dificultaban el tránsito de la calle Defensa. Eso se veía desde adentro porque el Tasso tiene un ventanal enorme detrás del escenario. Juárez subió al escenario, se dio vuelta y tocó primero para los que estaban afuera. Hasta los colectivos paraban para ver esa fiesta popular. Era la calle en estado de exaltación artística. Esa es una prueba de quién era Juárez. Siempre salías de verlo cargado de esperanza, emoción y fantasía. Fue un artista que le agregó belleza al mundo, una belleza eufórica y llena de rebeldía”.

Pecados de juventud

Más allá de los cálidos elogios de Varela, Juárez fue sin dudas un artista único. Se destacó como bandoneonista, como cantor, como cultor del estilo criollo, como tanguero vanguardista y como explorador de otros géneros (lo certifican sus versiones de “Cotidiano”, de Chico Buarque, y de “Tanguito de Almendra”, de Alejandro del Prado, por citar un par de casos relevantes).

Nacido en 1947 en Córdoba, se crió en Avellaneda, aprendió a tocar el bandoneón muy pronto y fue un admirador confeso de Julio Sosa y Carlos Gardel, pero también de Tom Jones y los Beatles. De hecho, tuvo dos grupos de rock, Los Black Coats y Tells Stars, y hasta usó el seudónimo Jimmy Williams en esa época juvenil donde se la pasaba bailando twist y boogie-woogie.

Cuando se metió de lleno con el tango, el primero en darle una oportunidad fue nada menos que Aníbal Troilo. Pichuco tenía un gran ojo para detectar buenos cantores, y se dio cuenta del gran talento de Juárez. Juntos protagonizaron noches inolvidables en Caño 14, reducto tanguero por excelencia ubicado en Talcahuano al 900, en pleno centro porteño.

Después de esa sociedad con Troilo, Juárez desarrolló una carrera fenomenal que primero tuvo alcance popular gracias al exitoso ciclo televisivo Sábados circulares de Mancera y luego llegó al circuito de jazz europeo. Estuvo durante más de veinte años al frente del mítico Café Homero en el barrio de Palermo, por el que pasaron como público estrellas como Omar Sharif, Marcello Mastroiani, Peter Gabriel y Jean Paul Belmondo.

Juárez se identificó con artistas pasionales como Sandro y el Polaco Roberto Goyeneche; grabó para Melopea, el sello de Litto Nebbia, el disco Piedra libre -en el que interpretó versiones de temas del propio Litto, de María Elena Walsh, de Piero, de Miguel Cantilo y de Julio Lacarra- y también subió al escenario del festival de Cosquín como invitado de Charly García, otro músico que él consideraba de su misma estirpe. Murió el 31 de mayo de 2010, a los 62 años. Quedan su música y el recuerdo de su personalidad avasallante, todo aquello que Álbum Blanco en tiempo negro intenta sintetizar en 100 minutos atravesados por el amor y la melancolía.

Fuente: La Nación