Para redescubrir a un gigante: Xul Solar

Su Casa Museo ofrece un nuevo recorrido. El montaje de la curadora Cecilia Rabossi interpreta fielmente al artista.

El Museo Xul Solar, ubicado en Laprida 1214 (donde vivió el artista), ofrece, al igual que gran parte de nuestras instituciones culturales, una serie de regalos para la Navidad. La visita también permite recorrer su colección permanente. Con el nuevo montaje de la curadora Cecilia Rabossi, las obras de Xul Solar (1887- 1963) muestran su atractivo visual sin dejar de lado el esplendor conceptual. El propio artista, como si adivinara el porvenir, eligió las obras que debían exhibirse en un posible y futuro museo. Respetando su propuesta, el guión curatorial de Rabossi comienza con una selección de los primeros trabajos donde se sigue el orden cronológico. El espectador descubre en este tramo inicial quién es Xul, su imaginación, su inventiva, y cierta afinidad con el expresionismo alemán. Hay obras que adelantan las inquietudes que suscitan el sentimiento religioso y el interès por un “misticismo universal, cósmico, de todos los tiempos”. Xul era una rareza, una máquina de fabricar sueños, un gran artista, y además un astrólogo.

Luego, el despliegue de las obras se divide en capítulos. “Lo astrológico, lo espiritual”, “Espacios para vivir”, “Escritura plástica” y “Búsquedas musicales”, muestran una sensibilidad vanguardista que había estado ausente en la Argentina hasta entonces. Entre los paisajes de los lugares para habitar, figura la sorprendente acuarela, “Vuel Ville”, una nave extraordinaria volando sobre las cúpulas y terrazas de la ciudad.

Años más tarde, Xul escribió sobre su creación: “Alguien en Buenos Aires tenía, ya desde varios años algún proyecto en boceto, de una ciudad, digamos la villa, que cualquier día podría presentarse sobre el horizonte, asomarse entre las nubes, aparecer en cualquier lugar del aire donde no había nada el día antes, es decir, una villa que flote, derive o navegue por los aires“.

Cuando en la década del 20 Xul regresó de su extenso viaje a Europa, entabló amistad con los intelectuales del periódico “Martín Fierro” y, en especial, con Jorge Luis Borges. Dueño de una biblioteca que no se agotaba en Occidente, Xul conquistó la admiración del escritor. El caudal de conocimientos sobre lingüística, religiones, astrología o filosofía hermètica, alimentó la “esencial afinidad” y una mutua admiración entre ambos.

En el contexto de un país que acostumbra a arrancar lo propio para plantar lo ajeno, Xul y Borges representaban la modernidad, pero aspiraban a encontrar las palabras de una mitología criolla.

En “El tamaño de mi esperanza”, Borges, escribe: “Ya Buenos Aires, más que una ciudá es un país y hay que encontrarle la poesía y la música y la religión y la metafísica que con su grandeza se avienen”. Y no es casual que dedique este libro a Xul, creador entre otras lenguas del neocriollo, que toma palabras del castellano y el portugués para facilitar la comunicación de una utópica “Confederación de los Estados Latinoamericanos del futuro”. Ni tampoco es casual que Xul haya ilustrado este libro.

En un contexto donde los artistas reiteran con escasas variaciones las tendencias que provienen de Europa, Borges sostiene: “Aquí no se ha engendrado ninguna idea que se parezca a mi Buenos Aires”, mientras Xul señala que “no terminaron aún para nuestra América las guerras de la Independencia”. En los años 40, pinta, a veces con colores sordos, paisajes con montañas y arquitecturas, muros, escaleras y rampas con ritmos ascendentes que sugieren, según se suele interpretar, la escalada del hombre al mundo de los dioses o del espíritu.

Cuesta entender que el Museo de Nacional de Bellas Artes, cuya colección se formó con obras de arte europeo donadas por la sociedad criolla, recién presentó hace algo más de un año una colección de arte precolombino con la intención de privilegiar la historia de nuestros verdaderos orígenes. Con este mismo objetivo, el Malba, acaba de incluir en sus últimas adquisiciones unas fotografías históricas de las ruinas de Machu Pichu y, los dibujos del artista indígena, yanomami, Sheroanawe Hakihïwe.

Justo cuando la sociedad global colocó a París más cerca que nunca de Buenos Aires, los museos porteños se internan para explorar nuestro más genuino pasado. En medio de un mundo astillado y en momentos dificultosos para el país, el Museo Xul Solar renueva su exposición. Pone frente a nuestros ojos la potencia de una cultura todavía actual, movilizadora, trascendente, que nos pertenece a los argentinos.

Fuente: Ámbito