Hoy en día, pocas estrellas de cine se ganan a los críticos y transmiten el glamour del Hollywood de antaño con tanta naturalidad como lo hace Scarlett Johansson; todo mientras parece inmune a las convulsiones de la industria.
A los 40 años, ha sido famosa la mayor parte de su vida. Cumplió 10 años cuando se estrenó su primera película, Regreso a casa, en 1994; cuatro años después, eclipsaba a Robert Redford en El señor de los caballos. En las décadas que siguieron, protagonizó películas de culto y éxitos de taquilla, grabó un disco con Pete Yorn y obtuvo un par de nominaciones a los Oscar.
Entre éxitos y fracasos, se casó tres veces (la última con Colin Jost) y tuvo dos hijos. En 2010, Scarlett debutó en Broadway, aclamada por la crítica, en un nuevo montaje de la tragedia de Arthur Miller, Panorama desde el puente, gracias al cual ganó un Tony.
Ese mismo año, se enfundó un body para interpretar a la letal superespía rusa Viuda Negra en Iron Man 2, de Marvel, un papel que la catapultó a la fama mundial.
Días atrás, Johansson asumió públicamente otro papel al presentar su debut como directora de largometrajes con Eleanor the Great, en el Festival de Cine de Cannes.
Este film, proyectado fuera de competencia, es el tipo de película de escala íntima y centrada en las actuaciones, ideal para una directora principiante.
June Squibb interpreta a Eleanor, de 95 años, quien poco después del comienzo de la historia se muda al departamento de su hija en Nueva York. La vida se complica cuando Eleanor termina sin querer en un grupo de apoyo para sobrevivientes del Holocausto. Las cosas se enredan aún más cuando una estudiante de periodismo insiste en escribir sobre Eleanor. Entonces nace una amistad salpicada de risas y lágrimas.
Me reuní con Johansson al día siguiente del estreno de Eleanor the Great. Ella había pisado por primera vez la alfombra roja de Cannes en 2005, con La provocación, y volvió el año pasado con Asteroid City. El día del estreno había llovido mucho, pero cuando salió a la terraza de un hotel con vista al Mediterráneo el cielo estaba azul. Sentada en un rincón tranquilo a la sombra de una gran sombrilla, Johansson se mostró simpática, agradable y un tanto reservada. Llevaba el diamante más grande que he visto fuera de un escaparate de Tiffany y no se quitó las gafas de sol mientras hablamos; la imagen consumada de la estrella de cine.
–¿Cómo nació el proyecto?
–Tengo una productora llamada These Pictures y recibimos todo tipo de propuestas. No estaba buscando algo que dirigir en ese momento. Lo leí porque me fascinaba ver qué protagonizaba June Squibb, porque me encanta, y la historia me sorprendió mucho. Tenía muchos elementos de películas que me encantan, películas independientes de la década del noventa y principios de la del ochenta. Estaba ambientada en Nueva York, muy enfocada en los personajes. Y el argumento era sorprendente. Me hizo llorar. Inmediatamente llamé a mi socio productor y le dije: “Puedo dirigir esto. Sé cómo hacerla”.
–No todo el mundo piensa que puede dirigir.
–Cuando era más joven pensaba que acabaría dedicándome a eso. Poco después de cumplir 20 años, me enfoqué en comprender mejor mi trabajo como actriz. Estaba involucrada creativamente con los directores con los que trabajaba, aceptando diferentes papeles que representaban un desafío, y me desvié de ese camino. El guion me encontró en el momento oportuno. Se sintió como una extensión del trabajo que he estado haciendo y no como una gran incógnita. Y June estaba preparada para hacer la película. Tenía energía y estaba decidida a hacerla.
–¿Te conmovió específicamente esta historia por tu experiencia familiar?
–Podía identificarme con la historia del personaje y, por supuesto, me identifico como judía. Tuve una abuela muy formidable a quien estaba increíblemente unida. Ella vive dentro de mí y pienso en ella muy seguido. Era, ya sabes, todo un personaje, y no muy distinta de Eleanor. Podía ser un poco imposible [risas].
–¿Cómo empezó a tomar forma para vos como película?
–Veo Nueva York de un modo cinematográfico. He pasado mucho tiempo paseando por ahí, simplemente observando. Soy una observadora de personas, es uno de mis grandes placeres. Y cuando leo un guion, puedo verlo como una película en mi mente. Yo ya tenía ideas, así que se trataba más bien de mantener un diálogo con el director de fotografía en el que pudiéramos conversar y llegar a la misma conclusión. Sabía que quería retratos hermosos de June, mostrarla de una forma muy pura. Los actores estaban muy comprometidos y tenían mucha energía dramática. Solo necesitaba capturarlos de una forma que no fuera complicada.
–Cuando eras más joven, ¿en algún momento caíste en la cuenta de: “Ah, las mujeres también hacen películas”?
–Afortunadamente era algo obvio, porque cuando era niña trabajé con muchas directoras. Así que supongo que nunca pensé en eso como algo relacionado con el género. Puede que en cierto modo esté mimada o que lo dé por sentado porque trabajé con muchas directoras y sigo haciéndolo. De hecho, el otro día leí una entrevista a Natalie Portman en la que decía que había crecido en el cine trabajando con directoras. Para ella fue más o menos igual. Tal vez las dos tuvimos suerte de que cuando empezamos a trabajar hubiera más oportunidades para las directoras. En cierto modo está equilibrado en ese sentido; bueno, no sé si totalmente equilibrado [risas].
–¿Querés seguir dirigiendo?
–Sí. Esta experiencia fue muy satisfactoria. Tuvimos un rodaje increíble. La sensación en el set era muy familiar, creativa y positiva. Fue algo muy alegre. No siempre tenés una experiencia así en el set. A medida que me hago mayor, tengo menos tolerancia a las experiencias desagradables [risas].
–Tu madre era tu representante. ¿Hablaban de las cosas que querías hacer?
–Se volvió mi representante por necesidad y creo que al principio fue a nivel protector. Conforme crecí y me hice más mi propia persona, tuve mis propios deseos e ideas. Tuve la suerte de que mi madre apoyara mucho mi deseo artístico, mi integridad, todo eso. Le encantan los cineastas y los actores y la interpretación, y me respetaba como actriz.
–¿Te habló tu madre de cómo evitar que te explotaran?
–Somos muy unidas. Como nací y crecí en Nueva York, en cierto modo ya tenía una especie de intuición callejera, y no creo que a ella le preocupara tanto que la gente de la industria se aprovechara de mí.
–Leí un perfil tuyo de hace diez años en el que te describían como una niña sexi…
–¡Ay, no!
–¡Ya sé! Me hizo pensar en cómo las representaciones de los medios de comunicación pueden ser cómplices de esa explotación.
–Es difícil de controlar, porque concedés una entrevista y te sentás con alguien durante una hora y, sea lo que sea lo que se lleve, está fuera de tu control. Hice una entrevista con Barbara Walters y me preguntó cuál era la parte más sexi de mi cuerpo. Me incomodó, pero aun así me sentí obligada a contestar.
–Como veterana de la industria, ¿te sentís optimista respecto al cine norteamericano?
–Creo que se equilibrará, y algunas figuras cambiarán, solo que llevará tiempo. La huelga hizo mucho daño, creo, más que el Covid. Habrá muchas grandes películas este verano (boreal) y creo que incluso las más pequeñas, como esta película, cuando la ves en el cine es increíble porque todo el mundo llora y todos están juntos. Cuando podés ver algo conmovedor con un público, salís con una especie de energía. El punto es ofrecer variedad y que haya estudios comprometidos con la experiencia. Creo que podemos volver a levantarnos. Eso creo.
Fuente: Manohla Dargis, La Nación