Día del Maestro: los mejores poemas para dedicar a los docentes

Se trata de una efeméride especial en la que las palabras son un regalo ideal; tres poesías de Borges, Celaya y Mistral para agasajar a quienes nos educan

El Día del Maestro se celebra en la Argentina cada 11 de septiembre. Se trata de una fecha ideal para agasajar a los docentes con algunos poemas de consagrados autores como Jorge Luis BorgesGabriel Celaya o Gabriela Mistral.

La fecha, que es celebrada con un día de descanso en los establecimientos educativos, surge en la conmemoración a Domingo Faustino Sarmiento, quien falleció una jornada como esta pero de 1888. El expresidente de la Nación, cargo que ocupó entre 1868 y 1874, fue uno de los principales impulsores de la educación pública, universal y laica que finalmente se materializó en la ley 1420, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca.

El Día del Maestro es un homenaje a Domingo Faustino Sarmiento en el día de su fallecimiento
El Día del Maestro es un homenaje a Domingo Faustino Sarmiento en el día de su fallecimientoArchivo

Tanto el prócer como la educación en sí han sido motivos de homenajes escritos para la posteridad, entre los cuales esta selección de tres poemas resalta como una forma de saludar a los agasajados en su día.

Tres poemas para celebrar el Día del Maestro

“Educar”, de Gabriel Celaya (poeta español; 1901-1991)

Educar es lo mismo

que poner un motor a una barca…

Hay que medir, pensar, equilibrar…

y poner todo en marcha.

Pero para eso,

uno tiene que llevar en el alma

un poco de marino…

un poco de pirata…

un poco de poeta…

y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar,

mientras uno trabaja,

que ese barco, ese niño,

irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío

llevará nuestra carga de palabras

hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que, cuando un día

esté durmiendo nuestra propia barca,

en barcos nuevos seguirá

nuestra bandera enarbolada.

“La maestra rural”, de Gabriela Mistral (poeta chilena; 1889-1957)

La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,

«de este predio, que es predio de Jesús,

han de conservar puros los ojos y las manos,

guardar claros sus óleos, para dar clara luz».

La Maestra era pobre. Su reino no es humano.

(Así en el doloroso sembrador de Israel).

Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano,

¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!

Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.

Por sobre la sandalia rota y enrojecida,

tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,

largamente abrevaba sus tigres el dolor.

Los hierros que le abrieron el pecho generoso,

¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía

el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor

del lucero cautivo que en sus carnes ardía:

pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste

su nombre a un comentario brutal o baladí?

Cien veces la miraste, ninguna vez la viste

¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva,

abriendo surcos donde alojar perfección.

La albada de virtudes de que lento se nieva

es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida

el día en que la muerte la convidó a partir.

Pensando en que su madre la esperaba dormida,

a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;

almohada de sus sienes, una constelación;

canta el Padre para ella sus canciones de cuna

¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha

para volcar aljófares sobre la humanidad;

y era su vida humana la dilatada brecha

que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta

púrpura de rosales de violento llamear.

¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las

plantas del que huella sus huesos, al pasar!

“Sarmiento”, de Jorge Luis Borges (1899-1986)

No lo abruman el mármol y la gloria.

Nuestra asidua retórica no lima

su áspera realidad. Las aclamadas

fechas de centenarios y de fastos

no hacen que este hombre solitario sea

menos que un hombre. No es un eco antiguo

que la cóncava fama multiplica

o, como éste o aquél, un blanco sin símbolo

que pueden manejar las dictaduras.

Es él. Es el testigo de la patria,

el que ve nuestra infamia y nuestra gloria,

la luz de Mayo y el horror de Rosas

y el otro horror y los secretos días

del minucioso porvenir. Es alguien

que sigue odiando, amando y combatiendo.

Sé que en aquellas albas de setiembre

que nadie olvidará y que nadie puede

contar, lo hemos sentido. Su obstinado

amor quiere salvarnos. Noche y día

camina entre los hombres, que le pagan

(porque no ha muerto) su jornal de injurias

o de veneraciones. Abstraído

en su larga visión como en un mágico

cristal que a un tiempo encierra las tres caras

del tiempo que es después, antes, ahora,

Sarmiento el soñador sigue soñándonos.

Fuente: La Nación