Juan Villoro, escritor mexicano Santiago Cichero/AFV
(Madrid).- En un bar donde solo se sirven productos sin gluten, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) bebe té de menta. Atento observador de los tiempos que corren, con humor, información y erudición, habla de su último ensayo, No soy un robot. La lectura y la sociedad digital (Anagrama), donde analiza con su mirada y sus lecturas de antropólogos, filólogos, futurólogos, escritores y científicos el dominio vampírico al que hemos sido sometidos por la Inteligencia Artificial (IA). “Somos la primera generación que tenemos que demostrar que aún somos humanos. Y lo paradójico es que se lo demostramos a una máquina que es quien nos acredita como todavía humanos”, dice a LA NACION.
Maestro de la retórica, además de dominar el arte de la expresión oral Villoro ha incursionado en todos los géneros literarios. Exquisito cronista, como lo ha demostrado en Safari accidental y El vértigo horizontal –una radiografía sobre la ciudad de México–, es también un ensayista sagaz y en absoluto críptico: posee el don de la claridad, virtud que él no se adjudica, pero que valora en los demás. En Efectos personales, De eso se trata, Dios es redondo y La utilidad del deseo abordó temas literarios, filosóficos y hasta su fervor por el fútbol.
“La persona culta entra en las redes o a una biblioteca y detecta con mayor rapidez lo que le conviene a su sistema y puede descartar autores, temas y textos que no van con lo que está buscando”, asegura este amante de los libros preocupado por la lectura en un mundo cada vez más digital.
«Nos estamos volviendo más tontos por la sencilla razón de que muchas de nuestras tareas mentales ahora son hechas por los aparatos»
Tras su paso por Barcelona, ciudad natal de su padre, donde el escritor y periodista vivió durante algunos años, Villoro pasó unos días en Madrid, poco antes de partir a Japón para dar una conferencia sobre el boom latinoamericano y el escritor chileno José Donoso.
En su nuevo libro, Villoro sostiene que la lectura nos va a librar de convertirnos en robots. “El libro tiene un aspecto militante que es el de la defensa de la cultura, de la letra, en un tiempo en que estamos rodeados de estímulos digitales muy poderosos. Podemos entender mejor los cambios y las transformaciones que están ocurriendo si las insertamos en un mapa más amplio que proviene del rico acervo de la lectura”, sostiene el escritor, autor de varias novelas y Premio Herralde por El testigo.
Enseguida, describe el peligro que nos acecha: “En el prólogo a Drácula, Rodrigo Fresán escribe que los vampiros operan por seducción y que generalmente invitan a sus víctimas. Es decir, no se les imponen arbitrariamente, sino que la lógica del vampiro está en darle la bienvenida a su futura víctima, convencerla de que esté ahí para que luego, ya seducida, se entregue a su encanto y a su poder. Esta es la lógica de muchos dispositivos digitales. Te dan un teléfono y parece un beneficio extraordinario para ti, pero de pronto te das cuenta de que se trata de un vampiro que te está chupando, no la sangre, sino los datos personales, que es otra forma de la extracción. Fuiste seducido por un monstruo que te está afectando y al mismo tiempo haciéndote sentir inmortal, porque te sume en un presente eterno. Creo que la única solución posible es sobrevivir sin ser rehenes absolutos de la tecnología, y para eso la lectura sigue siendo una fuente liberadora”, dice Villoro, cuyas obras de teatro se ha representado en todo el mundo (en Buenos Aires se realizaron versiones de Conferencia sobre la lluvia, La desobediencia de Marte y Filosofía de vida, protagonizada por Alfredo Alcón).
—Señala que la diferencia entre humanos y máquinas es que estas últimas no conocen la capacidad de autoengaño.
—Somos la primera generación que tenemos que demostrar que aún somos humanos. Y lo paradójico es que se lo demostramos a una máquina, que es quien nos acredita como todavía humanos. Podemos pensar que la condición humana está en peligro de tener fecha de caducidad. ¿En qué medida la IA podrá llegar a suplantar por completo a la especie humana? Hay cosas que todavía no logra la IA y una de ellas es la muy provechosa habilidad del ser humano de autoengañarse, lo que el antropólogo de la cultura Roger Bartra llama “el efecto placebo”: nosotros logramos muchas cosas porque nos engañamos a nosotros mismos pensando que podemos realizarlas.
—¿Podemos aún controlar el avance de la IA o se nos ha ido de las manos?
—Le acaban de dar el Premio Nobel de Física a Geoffrey Hinton, que renunció a su puesto en Google arrepentido de haber desatado un monstruo con la IA, porque considera que su nivel de aprendizaje es demasiado veloz y ya incontrolable. De alguna manera es un caso parecido al de Oppenheimer con la bomba atómica, un premio al arrepentimiento más que al logro, a estar en contra de haberlo conseguido, porque, éticamente, Hinton ya no se siente aval de una tecnología de la que fue llamado padre o padrino.
«El secreto de la cultura está en discriminar. No se trata de una acumulación inmoderada de datos, sino de seleccionar aquello que te interesa»
—Internet surge a principios de los noventa con un espíritu democrático de acceso gratuito a la información, pero, paradójicamente, se ha convertido, en algunos casos, en una herramienta de vigilancia, de control.
—La tecnología digital surgió un poco como el LSD electrónico. Los hijos y los nietos de los hippies de California empezaron a crear en garajes, en lugares muy rústicos, nuevas plataformas y pensaron en internet como un océano de libertad donde toda la información podría ser adquirida gratuitamente. Este afán democratizador, por desgracia, condujo a que nuestros datos personales se convirtieran en la principal mercancía del planeta. Hoy nosotros mismos somos mercancía. Pasamos de tener un impulso liberador a estar controlados. El control del iris, el reconocimiento facial y otras prácticas nos hacen sujetos cautivos en circuitos cerrados de vigilancia. Hay casos muy concretos de utilización de los datos personales para influir en las votaciones, como el de Cambridge Analytica. Nadie nos conoce mejor que nuestro teléfono en cuanto a nuestras pulsiones y tendencias personales. Los algoritmos nos ofrecen cosas que no sabíamos que íbamos a formular, pero que ya estaban en el inconsciente, se anticipan a nuestros deseos y esto genera una sensación de plenitud y felicidad. El usuario es un rehén dichoso.
—Somos adictos al móvil, ¿la IA nos ha hecho seres más impacientes, adictos, nerviosos?
—Sí, el umbral de atención ha bajado. Somos una especie que no puede concentrarse más allá de cinco minutos. James Robert Flynn estudió cómo cambiaba a lo largo del siglo XX el coeficiente intelectual de la población: advirtió que había subido 30 puntos en el siglo XX, pero a partir de la década de los 90 advirtió que este cociente disminuía 2 puntos por década. Nos estamos volviendo más tontos por la sencilla razón de que muchas de nuestras tareas mentales ahora son hechas por aparatos. Por ejemplo, las agendas telefónicas están en el propio teléfono.
—Cada vez nos esforzamos menos por retener datos, como recordar números de teléfono, o por realizar operaciones matemáticas simples. ¿Estamos perdiendo la memoria?
—Perdemos memoria porque la ejercitamos mucho menos. Estamos a un link de cualquier cosa, ya no recitamos los poemas, y en lugar de ejercitar las tablas de multiplicar ahora tenemos una calculadora.
–Me recuerda a “Funes el memorioso”, de Borges. Tenemos toda la big data a nuestra disposición, pero tanta información nos impide pensar.
–Así es. El secreto de la cultura está en discriminar. Umberto Eco dice que ser culto sirve para leer menos, lo cual parece una paradoja, pero la cultura no es una acumulación inmoderada de datos, sino es una selección de aquello que te puede interesar. La persona culta entra en las redes o a una biblioteca y detecta con mayor rapidez lo que le conviene a su sistema y puede descartar fácilmente autores, temas y textos que no van con lo que está buscando. En cambio, la persona que no tiene un adiestramiento cultural debe leer mucho para darse cuenta de que eso no le interesaba.
«Si Claudia Sheinbaum se aparta demasiado de la tónica de López Obrador, es posible que el partido la abandone»
—¿Siente presión como escritor para crear o construir textos de un modo diferente, quizá más dinámicos, como ocurre con las series de TV, como señala, para capturar la atención del lector en un mundo donde las distracciones son cada vez mayores?
—Todas las épocas tienen formas de conectar con los lectores. Me pregunto qué pasaría hoy en día si se publicara una novela tan barroca como Cien años de soledad, tan compleja, un río de historias, con un tono legendario. Seguramente sería muy apreciada, pero posiblemente no tendría el éxito masivo que tuvo en su momento. Cada época tiene ciertas exigencias y creo que no hay que preocuparse demasiado por esto, pero, al mismo tiempo siempre he pensado que no escribo para mí mismo. Escribo para causar sentido. No es un placer solipsista, porque si no, no publicaría. Valoro la claridad. La mejor literatura combina la claridad con el misterio y convierte a lo diáfano en una forma del enigma. Ortega y Gasset decía que la claridad es la cortesía del filósofo. La claridad ha sido siempre una obligación estética.
—Una edición de 2005 de Safari accidental tiene en su portada una imagen de Salman Rushdie. Toda una osadía de su parte, en un momento donde muchos autores le habían dado la espalda tras la fatwa impuesta por el Khomeini. ¿Cuánto lo afecto la era de la cancelación?
—A todos nos afecta. Estamos ante una nueva Edad Media, un oscurantismo que obliga a que ciertos códigos morales sean superiores a la libertad de imaginar o la libertad de pensar. La Ilustración luchó mucho por defender la autonomía de la obra de arte, es decir, porque un libro pudiera ser interpretado al margen de la coacción del Estado o de la Iglesia. Aquello lo hemos perdido, porque ahora las editoriales en Estados Unidos, por ejemplo, tienen sensitive readers que buscan ver si los autores hieren ciertas sensibilidades. Todo esto no es más que una coraza hipócrita de un mundo profundamente desigual. No se trata de avalar las cosas que están mal y, en ese sentido, la literatura testimonial ha servido mucho, como la de Annie Ernaux.
—¿Cómo ha tomado las revelaciones de la hija de la Alice Munro, Premio Nobel de Literatura, quien tras la muerte de la escritora expuso que su madre había callado las violaciones cometidas por su padrastro?
—Es terrible, su actitud fue lamentable, es una decepción muy profunda. Creo que debió de haber tenido un castigo en vida, pero también la sensibilidad compensatoria de hablar en muchos de sus relatos de situaciones muy parecidas. No deja de ser una gran escritora siendo una pésima persona. La sensibilidad artística es una anomalía mental. No todo mundo siente la necesidad de escribir un soneto o de encerrarse a escribir. O sea, se necesita tener una cierta distorsión de la experiencia humana para concentrarse obsesivamente en esto. Quienes hacen esto no necesariamente son magníficas personas.
—Dedica varias páginas de su libro a la violencia, y a la violencia narco, en especial. ¿Cómo analiza el escenario político y social de México en la actualidad?
—El presidente López Obrador entrega un país sumido en la violencia, con cuotas de asesinatos récord, con una deuda pública enorme, con una disminución de la inversión en la economía, militarizado, tras haber favorecido una vez más a los grandes empresarios. Y al mismo tiempo es un presidente muy exitoso en el sentido de adhesión popular. Es decir, todos estos errores políticos no minaron su autoridad como figura pública. Redujo totalmente el apoyo a la ciencia, la salud, la educación y la cultura, prácticamente no tuvo una política exterior. Fue un estadista muy limitado y fue un activista muy exitoso. Además logró crear un partido que hace 10 años no existía y hoy tiene el 74% del control de la Cámara Del Congreso. López Obrador debe estar muy satisfecho de todos sus logros tácticos, pero no necesariamente dejó un mejor país. El gran enigma es si Claudia Sheinbaum va a establecer un sello propio o si va a seguir una política de mera continuidad.
—¿Hay diferencias entre López Obrador y Sheinbaum? ¿Confía en que la nueva presidenta pueda cambiar el curso de la violencia en México?
—Ella es una persona sumamente preparada, con mucha experiencia. Nunca ha cambiado de tendencia política, a diferencia de López Obrador, que pasó por varios partidos. Sheinbaum se ha mantenido más fiel a una misma tendencia y a nombrado especialistas para su gabinete y no a quienes le fueron leales. La oposición ha desaparecido, son partidos hundidos en la corrupción y la incompetencia. La verdadera oposición de Sheinbaum está al interior de su propio movimiento. Si se aparta demasiado de la tónica de López Obrador es posible que el partido la abandone. Yo soy optimista, pero es difícil lidiar con el Ejército, que está en la calle desde que el presidente Calderón le declaró la guerra al narcotráfico y que cada vez ocupa más tareas, incluso tareas cívicas. Mientras tanto, el narco creció en poder. López Obrador nos deja un problema enorme, que es una reforma judicial en la que los jueces van a poder ser votados en elección libre. Entonces, en un país donde una tercera parte del territorio está controlada por el narcotráfico, ¿quién va a elegir a los jueces en esa tercera parte? Si ya de por sí los jueces están sometidos al narcotráfico, pues ahora van a ser puestos por ellos.
—Sheinbaum le exigió al rey de España pedir disculpas con los pueblos originarios por las atrocidades cometidas durante la conquista. ¿Cómo analiza esto?
—Aquí ha cometido el error de reiterar un discurso de López Obrador. Luego el rey cometió el error de no contestar nada. Un dato concretísimo: cuando terminó la Colonia en México, el 70% de la población hablaba al menos una lengua indígena; hoy, el 6,6%. La destrucción del patrimonio cultural indígena ha sido obra del México independiente. De eso no hay la menor duda, y no se le puede achacar a España tantos años después.
—Expone en su ensayo el caso de China, donde se estudia regular las emociones mediante un chip. ¿Qué tan apocalíptico es ante el avance de la IA? ¿Podría decirme algo optimista?
—No quisiera que mi libro fuera visto como un canto del cisne apocalíptico del mundo que se fue, sino como un intento de seguir resistiendo, como siempre lo hemos hecho, desde nuestra humanidad, y la lectura desempeña un papel clave. Creo que la esperanza es una obligación ética. No es algo que requiera de estímulos para concebirse, es parte de la condición humana estar esperanzado y se le puede llamar milagro, prodigio o suerte. Mi libro busca concebir una solución posible, aunque la adversidad sea obvia. Y eso es solo propio de la naturaleza de lo humano y no de las máquinas.
Escritor y periodista, Juan Villoro nació en la Ciudad de México en 1956. Estudió Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Ha sido profesor en la UNAM, y profesor visitante en las universidades de Yale, Princeton, Stanford y Pompeu Fabra de Barcelona, así como en la Fundación Nuevo Periodismo, creada por Gabriel García Márquez.
Es columnista de Reforma (México), ha escrito para medios internacionales como The New York Times (EU), El País (España) y El Mercurio (Chile), entre otros. Fue director de La Jornada Semanal.
Su vasta obra comprende varios géneros, como la novela, el ensayo y el teatro. Ha recibido numerosos premios. Acaba de publicar Yo no soy un robot (Anagrama)
Fuente: La Nación