La española Silvia Hidalgo ganó el premio Tusquets de novela 2023

“Nada que decir”, que llegará a las librerías argentinas en febrero de 2024, es la tercera novela de la autora, quien ha sido tildada como la Marguerite Duras de nuestra lengua

El jurado del XIX Premio Tusquets editores de Novela 2023 decidió por mayoría otorgarle el galardón a la española Silvia Hidalgo por Nada que decir, una obra presentada por la editorial como “el deslumbrante retrato psicológico de una mujer enfrentada a sus contradicciones y a la vorágine de la vida moderna, una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión, sobre cómo se sobrepone a la crisis de los cuarenta, la ansiedad por el éxito social, el desencanto del hogar, la atracción por lo prohibido”.

Fueron 672 manuscritos los que se presentaron en la convocatoria para el premio. El jurado presidido por Antonio Orejudo e integrado por Bárbara Blasco, Eva Cosculluela, Cristina Araújo, ganadora en su anterior convocatoria, y Juan Cerezo, en representación de la editorial, acordó por mayoría distinguir a Hidalgo por su novela. El galardón consiste en una estatuilla de bronce diseñada por Joaquín Camps y tiene una dotación económica de 18.000 euros.

“Silvia Hidalgo traza con extraordinaria agudeza una radiografía transversal de la mujer contemporánea”, valoró Araújo el trabajo de la autora sevillana, quien ha sido comparada con Marguerite Duras por su escritura tersa y brillante que reúne escenas turbadoras y emociones inconfesables. Orejudo definió la novela como “una radical propuesta de liberación”, en tanto que Cosculluela la consideró como “una indagación extraordinaria sobre las decepciones que esconden las vidas perfectas”.

Nada que decir es la tercera novela de Hidalgo, ingeniera informática, madre, cinéfila y lectora, quien también es autora de las novelas Dejarse flequillo (Amor de madre, 2016) y Yo, mentira (Tránsito, 2021).

Portada de "Nada que decir" (Tusquets), la obra ganadora

Portada de «Nada que decir» (Tusquets), la obra ganadora

Luces de emergencia

No es más que una tarada sentada al volante mirando fijamente el móvil. Todavía es joven, pero ya es alguien que fue otra persona, al menos, una mujer. Ahora solo espera quieta a que pase algo, que la niña deje de llorar detrás, que el padre llegue a recoger a la criatura, que aparezca un mensaje en la pantalla. Algo.

Respira en rojo con las luces de emergencia clin clon clin clon. Por la ventanilla ya aparece el padre, viene a por lo que es suyo. La sonrisa como una garra que se apropia, la sonrisa que antes también era para ella en las terrazas de los bares y en las bodas. Apresurada, se baja del coche, le entrega la niña y la bolsa de ositos con lo que se le ocurrió meter dentro. Él le pregunta ¿estás bien?, ¿estás bien? Pero no escucha, se responde a sí mismo con su mirada compasiva, la abraza y le pincha todo el cuerpo. Ellos iban a ser diferentes, iban a ser felices, en cambio ahí están y se pone a llover a mares como venganza. Ella sintió el peso de las nubes, en estos meses se ha convertido en una vaca que muge nerviosa y mueve el rabo cuando se acerca la tormenta. A él le coge desprevenido, como le pasa con todo lo que ella dice, y corre, corre acobardado hasta la casa. Ella ya no sabe cómo se hace, las vacas no corren, las vacas se guarecen. La niña continúa llorando, más fuerte, para que la oiga a pesar de las paredes, del cielo negro, a pesar de los truenos. Ya no distingue la lluvia del llanto, ya no espera que deje de llorar, ahora quiere que siga, que le estropee un rato la vida al padre, al fin y al cabo es su hija, algo habrá sacado de su madre, además de los ojos tan hundidos en la cara. (…)

Fuente: Infobae