Un doble crimen brutal y un hallazgo que revolucionó al mundo: el detrás de escena de “La cacería de Hierro”, de Hugo Alconada Mon

El periodista participó del nuevo ciclo De Autor, exclusivo para los suscriptores de LA NACION; los detalles de su obra y de Juan Vucetich, el “genio teórico” que revolucionó al mundo

Hugo Alconada Mon nació en la ciudad de La Plata el 15 de junio de 1974. Es abogado y periodista de investigación en LA NACION, donde ocupa el cargo de prosecretario de Redacción. Es, además, autor de múltiples libros, en su mayoría vinculados con su labor periodística. Sin embargo, en 2022 rompió precedente con la obra La ciudad de las ranas, donde incursionó en el mundo de la ficción y de la novela de aventuras.

En 2024 llegó el turno de La cacería de Hierro, su segunda novela y su último libro hasta la fecha. En él, la figura del argentino que implementó el sistema dactiloscópico, Juan Vucetich, se mezcla con la ficción para dar nacimiento a un caso policial que mantiene al lector en un ida y vuelta permanente entre lo real y lo ficticio.

A continuación, la entrevista completa que Alconada Mon brindó para el nuevo ciclo De Autor, exclusivo para los suscriptores de LA NACION:

– ¿Quién fue Juan Vucetich? ¿A quién se parece en su generosidad con el descubrimiento que compartió con el mundo sin haberlo patentado?

– Juan Vucetich fue un inmigrante de fines del siglo 19 que por distintos motivos a mí me hace acordar a René Favaloro.

– ¿Cómo lograste la efectividad y la agilidad del relato en esta segunda novela?

– Le metí mucha garra. De hecho, el libro es la octava versión del mismo libro. Era imprimir, tachar, tachar, tachar, editar, corregir, tachar, tachar, tachar, corregir, dárselo a amigos para que me marcaran dónde consideraban que había inconsistencias, y volver a tachar, tachar y tachar.

– ¿Cómo construiste el personaje de Valentín Hierro?

– Ese fue uno de los desafíos. Yo necesitaba un personaje que me sirviera como canal comunicante entre los otros dos personajes, el sabueso práctico, que es el detective, y el genio teórico, que era Juan Vucetich. Y este muchacho fue como el canal, y es fruto de una combinación de amigos míos, combinado con el amigo de un hijo mío… Hay toda una mezcla, e incluso elegir el nombre fue parte de toda una historia.

– ¿Cómo fue el trabajo de campo en Necochea y en La Plata?

– Lindísimo, porque es una de las cosas que más disfruto de estas investigaciones. A Necochea me fui en temporada baja y caí cuando había pleno temporal, así que imaginate: Necochea, invierno, temporal. Yo debía ser el único loco que iba dando vueltas por la calle y los necochenses decían: “Mirá, hay un loco dando vueltas”. Pero a mí me sirvió mucho para entender el lugar, medir los tiempos y las distancias. Hay un momento en el cual uno de los personajes cuenta los pasos que hay desde que baja de la balsa hasta la punta del barranco. Son 98 pasos. Eso lo conté yo, por ejemplo, y en La Plata -mi ciudad-, algo parecido. Yo me armé en mi casa un plano de un metro cincuenta por un metro cincuenta donde fui diseñando, sobre el plano actual, el viejo plano de la ciudad.

– ¿Por qué elegís la época del siglo 19 para situar tus novelas?

– Porque es un período riquísimo y clave. Riquísimo porque involucra a la Generación del 80, inmigrantes, masones, anarquistas. Y a su vez es clave porque lo que ocurrió durante ese periodo histórico ayuda a entender la Argentina actual, el Estado contemporáneo.

– ¿Cómo te organizaste para la convivencia de los tres niveles entre personajes reales, el eje Necochea, que es real, y el eje ficticio del crimen de La Plata?

– Eso, lejos de ser un corset, es una ayuda, porque me permite jugar con parámetros o contextos que me ayudan a ubicarme en el lugar, en la época. Y al mismo tiempo es muy lindo porque obliga a los lectores y lectoras a googlear. Entonces todo el tiempo vos ves que los lectores y lectoras van y vuelven intrigados.

La cacería de Hierro, por Hugo Alconada Mon
La cacería de Hierro, por Hugo Alconada Mon

– En la resolución del crimen decís que se alinearon el genio teórico y el sabueso práctico. ¿Podés pensar en algún caso real en el que haya sucedido algo parecido?

– Sí. Hay varios casos de ese tipo en los cuales vos tenés sabuesos fiscales y jueces que han logrado volcar al terreno lo que hasta ese momento era un experimento científico. Son como “momentos Eureka”. En el caso de Juan Vucetich, este doble homicidio en Necochea fue como el certificado ISO 9000 de que el sistema funcionaba. Y hay una carta que le envía el sabueso práctico, Eduardo Álvarez, a Juan Vucetich, que es extraordinaria y dice: “Ha llegado el momento de darte la razón, Juan. Esto funciona”.

– ¿Qué tan recurrente es en la vida real que la Policía sea parte del problema y no de la solución?

– Muchísimo. A ver, tenés, como en todo ámbito de la vida, jueces, fiscales, policías, periodistas y tantos más que son unos delincuentes, y tenés jueces, fiscales, periodistas y comisarios que son de primera. Todo el tiempo.

– ¿Cómo relacionás esa puja con el caso Loan?

– Ese es un ejemplo de cuando la Policía es parte del problema, no de la solución. Porque cuando vos estás investigando un caso, al final no sabés si lo que hicieron lo hicieron bien, si lo hicieron mal por torpes o si lo hicieron mal por cómplices. Ejemplo: les ordenás peinar todo un campo… ¿Lo peinaron bien? ¿Lo peinaron, o te dijeron que lo peinaron? O incluso te acordás aquel otro caso de la familia Pomar, que no sabíamos dónde estaban y que terminaron averiguando si no se habían ido a Brasil y toda esa historia… Y lo único que había pasado era que habían hecho mal la revisión ocular de toda la ruta y estaban muriéndose a la vera de la ruta en una banquina.

– ¿Qué es lo que más disfrutás de escribir ficción?

– Es que el disfrute es el escribir en sí mismo. Y entonces disfruto el proceso de investigación, disfruto escribirlo… Y de hecho mi mujer se da cuenta cuando escribo, porque sonrío. Ella dice que cuando yo escribo investigaciones estoy con el ceño fruncido, que estoy como tenso, y que cuando escribo novelas es como que estoy relajado. Disfruto editarlo… que mucha gente no lo disfruta. Yo sí. Y disfruto mucho también presentar la novela en distintas ciudades, porque las devoluciones que recibo de lectores y lectoras es muy emocionante.

– ¿Cómo fue tu juego con espejos? ¿Qué experiencias personales y profesionales están presentes en tu novela?

– Muchas. Y en este caso, en La cacería de Hierro, hay experiencias mías que aparecen con Eduardo Álvarez, el detective, y hay cosas mías que aparecen con Valentín Hierro. Te doy un ejemplo, hay un momento en el cual el comisario -no estoy spoileando nada- le dice a Valentín Hierro “pisá donde yo piso”. Eso fue algo que me dijo a mí un comisario cuando estábamos a punto de entrar la escena de uno de los crímenes más importantes de los últimos 25 años de la Argentina.

– ¿En qué se diferencia tu profesión con el trabajo de un investigador policial?

– Tiene algunos puntos en común, mucho del trabajo o del oficio de búsqueda de pistas, de datos… Y obvias diferencias: Yo no tengo el poder de policía, no tengo el poder de coerción, no tengo el poder de allanar. Así que tenemos algunos puntos en común y muchas veces cruzo información con policías, con fiscales… y hay muchas veces que tenés que jugar distinto.

– ¿Qué es para vos la búsqueda de la verdad?

– Periodismo.

– ¿Y por qué escribir ficción te afloja la frente?

– Porque el periodismo de investigación me apasiona y del escribir disfruto. No es lo mismo.

– ¿Cómo caracterizás la pasión a diferencia del disfrute?

– A mí me gusta lo que hago como periodista de investigación, pero al mismo tiempo desgasta, estresa, es desgastante… Te diría que uno de los politólogos más importantes del siglo XX, Norberto Bobbio, hablaba de Il Soto goberno, que es lo que ocurre en el Estado por debajo de la superficie. Él hablaba como de “los sótanos”. Yo prefiero definirlo como las cloacas. Y tener que trabajar todo el día en una cloaca no es agradable. Y entonces en distintos momentos yo llegué a los puntos de saturación. En un momento me fui y peleé una beca y me fui a Stanford. En otro momento me fui con la beca Eisenhower a tomar aire fresco para después volverme a meter. Y para mí escribir ficción es algo similar, es como la oportunidad de respirar aire fresco, de encontrarme con gente interesante, con investigadores, con historiadores, con museólogos, con archivistas; de recorrer Necochea o donde sea, y de ver personas que sonríen. En mi trabajo la gente no sonríe, en mi trabajo la gente está tensa o te tiene que ocultar algo o ha vivido algo desagradable. Entonces, mi trabajo cotidiano son 14 horas diarias de cloaca. De hecho, estoy ahora en una investigación que es pura cloaca, puro estrés, y entonces este es como mi cable a tierra.

"Le metí mucha garra; de hecho, el libro es la octava versión del mismo libro", asegura el autor
«Le metí mucha garra; de hecho, el libro es la octava versión del mismo libro», asegura el autor

– ¿Qué porcentaje de tu tiempo dedicás a correr y a escribir ficción?

– Varía mucho, pero yo intento todos los días dedicarle 2 a 3 horas a correr, a leer y a escribir, pero a escribir para mí, porque yo escribo para mí. Si después vende -y estos libros han sido best seller, número uno en ventas y todo lo que quieras-, me alegro y me enorgullece, pero yo escribo para mí, porque me hace bien a mí. Y entonces todos los días yo o voy al gimnasio o salgo a correr, todos los días leo y todos los días escribo.

– En aquél momento el desafío era cómo identificar a las personas y surgió este sistema de las huellas dactilares. ¿Qué desafíos hay hoy?

– En la práctica el desafío siempre es el mismo: el saber quién es quién, en el sentido profundo del quién es quién: no solamente la identidad como un hombre, sino quién sos vos. Y pasa por ahí, por quién es la persona que vos tenés enfrente. ¿Es realmente el que dice ser? Te doy como ejemplo el caso de los espías rusos: dos espías rusos que vinieron a la Argentina, uno decía ser austríaco, el otro decía ser mexicano y que obtuvieron ciudadanía argentina. Y vos interactuabas con dos personas que te decían ser ser una persona y eran otra. Y te decían ser una persona en el nombre, pero además en la profundidad. Eran espías, y eso pasa todo el tiempo.

– ¿Cuántos nombres tenés en tu colección?

– Decenas, y te diría que con cada charla que doy, aumentan, porque como ahora la gente sabe que colecciono nombres me traen de regalo los nombres o de sus parientes -entonces, hace poco vino una mujer que me trajo uno que era Ardita-, o de pacientes -entonces me pasó un médico que me trajo el listado de 20 nombres raros o especiales. Así que hoy los nombres son decenas que tengo en un archivo.

– ¿Y cómo era la colección de orejas de Vucetich?

– Debió ser increíble. Estamos hablando de Juan Vucetich en el período en el cual estaba tratando de determinar si las huellas dactilares servían para identificar a las personas, y otra hipótesis de trabajo que tenía era si las orejas te permitían identificar a las personas. Y entonces sus nietos me contaban de la tradición oral del abuelo que tenía arriba del escritorio las orejas de personas, con lo cual la pregunta es de dónde carajos sacó esas orejas Juan Vucetich: ¿de la morgue o del cementerio? O sea, pero de algún lado… Y además, ¿qué?, ¿iba y en vez de decir “dame una docena de medialunas” decía “dame una docena de orejas”? Bueno, eso pasó.

– Vendenos tu novela en pocas líneas

– En 1892, en el naciente pueblito de Necochea aparecieron dos chiquitos degollados. Su madre degollada sobrevivió y marcó al presunto asesino. Ese hombre, después de cinco días de tormentos siguió insistiendo en que el inocente, que él no había sido. Y en ese momento el comisario local manda una alerta a La Plata pidiendo ayuda. Y ese fue el momento en el cual se alinearon los planetas: el genio teórico, Juan Vucetich, y el sabueso práctico, el primer detective Eduardo Álvarez, unieron fuerzas y resolvieron el doble crimen de un modo que revolucionó al mundo.

– ¿Qué investigación estabas haciendo cuando empezaste con La cacería de Hierro?

– Uy, a ver… Estaba con varias, algunas sobre Javier Milei, algunas sobre el poder económico. Por lo general yo trabajo con entre 15 y 20 investigaciones simultáneas. Claro, muchas no prosperan, porque llegás a callejones sin salida o porque no pudiste lo que fuere. Pero sí, tengo muchas.

– Vucetich era músico callejero. ¿Qué es la música para vos?

– También es un momento de disfrute y un momento de aprendizaje, ahora de mis hijos, porque gracias a mis hijos yo estoy ahora… Hay algunas cosas del trap que me parecen un espanto, pero hay otras que son muy buenas, así que estoy escuchando mucho Trueno, por ejemplo, en este momento.

– ¿Por qué el doble crimen de Necochea marcó un ante y un después a nivel mundial?

– Porque permitió saber quién es quién. Porque hasta ese momento lo que había era un método aproximativo de la identidad. Es decir, te describían, pero podía haber 20 personas parecidas a vos en el mismo barrio. Y el método de las huellas dactilares en vez de aproximarte dio la certeza de identidad: vos sos vos y solamente vos sos vos. Y eso se dio en un momento en el cual cientos de miles de personas migraban de Europa hacia América y vos podías, por ejemplo, haber cometido un doble crimen en Madrid y llegar a la Argentina a decir “ahora me llamo Lupita Gómez”, matar tres personas más, pasar a Montevideo y decir “ahora me llamo Teresita Rodríguez”, y seguías impune. Y de repente con las huellas dactilares se pasó a decir “vos decías que era Lupita o Teresita… No, no, no, vos te llamás ‘tanto’ y te están buscando Madrid. Andá para allá”. Y entonces fue un bombazo. Vucetich dio la vuelta al mundo y en cada lugar que fue -la India, China, San Francisco, Nueva York, Washington, La Habana, Madrid, Lisboa, Francia, Roma- generó un terremoto. Pero un terremoto bienvenido, como diciendo “esto funciona”.

– ¿Qué fue lo más sorprendente con lo que te encontraste investigando?

No te podría decir algo en particular. Sí te podría decir que una y otra vez la realidad supera la ficción. Y nos ha ocurrido de veces en las cuales en la redacción dudamos en publicar o no temas porque decimos “la gente no nos lo va a creer”, porque es surrealista, pero pasó. Te doy un ejemplo, otra vez con el tema de los espías rusos. Si yo te escribiera en una novela que dos espías rusos vivieron en la Argentina, que cuando viajaban de regreso a Moscú les explicaron a sus hijos que en realidad no eran argentinos, sino que eran rusos, que tenían abuelos y que entonces había otra cultura y otro idioma, y los chicos bajan del avión y al pie de la escalerilla, los espera Vladimir Putin con un bouquet de flores y cuando los va a recibir, como los chicos no hablan ruso, Putin les hablan español y le dice “buenas noches”. Yo te lo llego a escribir en una novela y dirías “Hugo te pasaste de mambo, estás drogado, eso no es creíble”. No, no, eso es lo que sí ocurrió, lo otro es ficción. Eso es posta. Entonces, eso nos pasa todo el tiempo.

"El doble crimen de Necochea permitió saber quién es quién", sostiene Alconada Mon
«El doble crimen de Necochea permitió saber quién es quién», sostiene Alconada Mon

– ¿Cuándo tendremos el tercer libro sobre esta época?

– Dentro de un par de años, porque estoy ahora lanzado con otros dos libros. O sea, yo estoy trabajando en este momento en tres libros simultáneos. En uno ya estoy en la fase de escritura y en los otros dos estoy todavía en la fase de investigación preliminar -la búsqueda en los archivos, en los museos, hablando con los historiadores, con los investigadores del Conicet y demás.

– ¿Los tres son de ficción?

– No. Hay dos que son de no ficción y uno de ficción.

– ¿Cuáles son las principales diferencias entre las investigaciones de fines del siglo 19 y las actuales?

– Te diría que es más lo instrumental, la tecnología, porque hoy tenemos desde los teléfonos hasta las computadoras, hasta Internet… En aquellos tiempos recién, por ejemplo, en La Plata estaban estableciendo los primeros teléfonos, todavía las comunicaciones solían ser por telégrafo o carta. Pero así como tenés los conocimientos técnicos o los desarrollos tecnológicos, el factor humano todavía sigue siendo clave y lo seguirá siendo.

– ¿Cuánto hay del escritor en tu tarea periodística?

– Te diría que se van retroalimentando. Te diría que mucho de lo que yo hago como periodista me ayuda a la hora de escribir libros, y mucho de lo que he ido aprendiendo en los últimos años para escribir -o sea, escritura creativa- me ha ayudado a escribir como periodista. Y eso me lo dicen muchos lectores, como que ahora mis textos son más fáciles de leer que antes.

Fuente: Luján Francos y Tomás Bove, La Nación