Un libro sobre la democracia para chicos que nacieron en democracia

En “Volvió para quedarse”, el sociólogo y escritor Ricardo Lesser aborda los años de la dictadura y la transición a la democracia en Argentina, desde la perspectiva de las micropolíticas de resistencia

Aun con una larga experiencia en la escritura para chicos, Ricardo Lesser acometió en este tiempo un desafío mayúsculo: escribir un libro de ficción para chicos sobre la dictadura y el retorno a la democracia, que por estos días recordamos luego de cuarenta años. En esta entrevista exclusiva para Infobae, repasamos su devenir como escritor. Desde su formación sociológica hasta el presente, una trayectoria que luego de haberse estacionado en los próceres y sus infancias, hoy recoge experiencias increíbles con los chicos y sus maestros contándoles qué hay detrás de Y volvió para quedarse (Planeta Lector), su libro de ficción histórica para niños que nacieron en democracia.

—Ricardo, vos sos un sociólogo que, desde siempre, te has dedicado a la historia. ¿Cuáles fueron las preocupaciones que te llevaron a arrimarte por primera vez a los temas históricos viniendo de la sociología?

—No me dedico a la historia. Me sirvo de la historia, un poco indecentemente he de decir, para analizar la arquitectura social, antropológica y, por momentos, hasta psicológica que hay detrás de los hechos históricos. Lo que hago, si hay que ponerle un nombre, es sociología de la cultura.


Ricardo Lesser es sociólogo y se dedica desde hace años a la historia

Hace una punta de años, me pregunté qué era el sentido común cuando los próceres eran chiquitos. Es decir, qué cosa eran las significaciones primarias; qué era Dios, qué era Patria, qué era Familia. Esos significados que nadie discutía y que sostenían el modo en que uno se relacionaba con los otros. El interrogante no era inocente porque apuntaba a aquellos sentidos comunes que los próceres impugnarán de grandes. “La infancia de los próceres” fue el libro de ensayos que arrimaba algunas respuestas a esta pregunta.

Esta cuestión está también detrás de uno de mis primeros libros para chicos, Cuando Belgrano era chiquito, cuyo primer cuento, “Como un reloj”, muestra a los Belgrano almorzando. Hay allí un orden, un orden como el de un reloj, en la disposición de la mesa: Domenico, el padre, en la cabecera y los hijos sentados de mayor a menor. Nadie habla en la mesa sin permiso del padre a quien, desde luego, no se tutea. La primogénita tiene, creo diecisiete años, está por casarse. Hace poco tiempo se enteró de que la han prometido a un socio del padre. No se le pidió su consentimiento alguno; su cuerpo no le pertenece, pertenece al linaje. Domingo, uno de los hijos, ya tiene destino: será cura. Manuel Belgrano será comerciante; el príncipe heredero de la Casa, según Halperín Donghi. Cada uno es un engranaje de ese relojito.

Esta narración es ficcional pero sostenida en un análisis antropológico. La comensalidad de los Belgrano muestra a las claras al patriarcado. Pura significación primaria, puro sentido común.

—¿Cómo fue que diste el paso para escribir historia para chicos?

—He de decir que por veinticinco años, paralelamente a mi trayectoria como sociólogo, oblicuamente, escribí también textos escolares. Recorrí todo el espinel: desde el primer ciclo de la primaria hasta el nivel preuniversitario.

Un buen día propuse a mis editores un capítulo de Ciencias Sociales para chicos de cuarto grado sobre la cotidianeidad en el virreinato. Les llamó la atención, acaso, por la indisimulada ficción de aquel texto.

Esa experiencia salió a la luz cuando Planeta me pidió un libro de cuentos históricos para chicos, “Cuando Belgrano era chiquito”, el primero de una serie de textos sobre la infancia de los próceres.

Y aquí estoy, después de doce libros de literatura infantojuvenil y no sé cuántos libros de ensayos sociológicos. En el fondo, siempre escribo lo mismo, sea ficción o ensayo. Escribo la sociedad y, en particular, la cultura. Los recursos retóricos para chicos y para adultos son, desde luego, distintos. Pero la crítica a la sociedad es siempre la misma.

—¿Qué cosas se deben de tener en cuenta cuando uno le habla a los chicos del pasado?

—Creo que lo más importante es tener en cuenta que a los chicos les cuesta horrores la noción de tiempo. Entonces trato de anclar la idea de cambio. ¿Sabés que los chicos de antes se despertaban por los relojes de las iglesias? ¿Sabés que no había cuarto de baño en las casas? ¿Sabés que aprendían a escribir en cajoncitos de arena?

«Y volvió para quedarse» tiene lilustraciones de Soledad Sobrino

—Pero ese paso no sería el último, ni mucho menos, en tu trayectoria como escritor…

—No, hubo un momento donde me aparté de la infancia de los próceres. Escribí Emilia —también para Planeta Lector—, un libro de cuentos que muestra a una nena que vive en la sociedad patriarcal de fines del siglo XVIII, o Plumas de ganso, un texto para los más chiquitos que trata sobre cómo los chicos de las familias coloniales más pudientes aprendían a leer y escribir en las pocas escuelas que había por entonces.

También me acerqué tangencialmente a la infancia de otro prócer, Güemes. Martín y su caballo es una novela sobre sus primeras aventuras. Martín anda los montes con Ciriaco. Y es Ciriaco el que también le enseña a domar un potro sin rebenque. Ese caballo será el mismo en el que, años más tarde, Güemes aborda una nave inglesa varada en el río. Una hazaña única, disparatada.

—¿Cuánto hay de ficción y cuánto de historia en la ficción histórica?

—Partamos de la base de que la historia, con todas las mayúsculas que quieras, no es sino un relato, una narración lo más científicamente fundada posible. ¿Cómo es, entonces, la frontera entre la ficción y la historia? Es muy porosa.

La ficción histórica teje delicadamente hechos y personas que existieron en realidad con hechos y personas imaginados por el autor. Claro, la primera condición de esa escritura imaginaria es que sea creíble. El texto parece “real”, con todas las comillas, por la vividez que dan los detalles indudables, los pormenores capaces de suscitar una impresión “real” de lo que se narra. Es lo que Borges llamaba, despectivamente por cierto, los “ripios” de la novela.

Pero los ripios, los detalles aparentemente superfluos, hacen verosímil un relato. Madame Bovary se hace verosímil por los detalles concretos de la ciudad en la que peca.

Pongamos un ejemplo. “Nos vamos”, es un relato para chicos del Éxodo Jujeño en el que, en el siglo XXI, yo escribo el diario, ficticio desde ya, de Belgrano durante el dramático itinerario desde San Salvador de Jujuy a Tucumán. Es como el grado cero de la ficción histórica: mi voz es la voz de aquel “generalito improvisado”, como decía Sábato.

¿Cómo asumir semejante desafío, me pregunté? Diseminando ripios a lo largo de aquellas cincuenta heroicas jornadas. Antes que nada, entrelacé mi escritura sobre los escritos del propio Belgrano: sus mensajes al Triunvirato. Después, averigüé hasta cómo se formaba la aguanieve en los caminos.

Aplico este principio a todo lo que escribo, aun en los ensayos, en los que me permito cierta poética, a mi juicio, necesaria para decir la “verdad”, de nuevo las comillas, de un texto. De todos modos, no es sólo una técnica, también es un principio ético: que la ficción no contradiga lo que el documento indudable muestra, como quería Tomás Eloy Martínez.

Lesser publicó numerosos libros de literatura infantil que abordan la niñez de figuras como Belgrano, Sarmiento y San Martín

— Y llegamos a nuestros días y a la historia reciente y muy especialmente en estos días en que recordamos los cuarenta años de democracia: ¿cómo fue ficcionalizar la dictadura teniendo como lectores a los chicos?

—No fue fácil. ¿Cómo explicarle a un chico la ESMA? ¿Cómo decirle que la gente pasaba indiferentemente ante aquellas rejas ominosas, ensimismada en sus cosas? Pues del mismo modo que, durante años, naturalizamos otras rejas parecidas. Las del zoológico. Allí también había guardianes, prisioneros. Allí había un oso que, sentado en el piso de cemento húmedo de su jaula-calabozo, recordaba la época en la que “vivía en el bosque muy contento y caminaba, caminaba sin cesar”. Es la letra de “El Oso” de Birabent.

La estrategia consistió en evocar las micropolíticas de resistencia, esas prácticas de reductos que peleaban sin decirlo contra el sinsentido de la dictadura. Así, glosé las canciones del rock nacional, las obras teatrales en los sótanos de San Telmo, los libros infantiles que ocupaban mucho espacio, parafraseando los maravillosos cuento de Elsa Borneman.

—¿Cómo definirías “Y volvió para quedarse”?

Y volvió para quedarse es un texto sobre la dictadura y la transición a la democracia que parafrasea lo que llamo micropoíticas de resistencia, las estrategias a las que recurrió la sociedad para enfrentar el terror sistemático. Es una paráfrasis de las manifestaciones culturales, musicales, teatrales, literarias que decían de soslayo, pero decían. Basta mencionar a Charly García, María Elena Walsh, Elsa Borneman, Ángel Elizondo, Laura Devetach, Hugo Midón, los teatristas de Teatro Abierto y tantos otros. No quiero olvidar a los que no se conocen, pero igual hacían cultura de resistencia, como los payasos, diría los primeros en volver a las calles.

El libro está pensado para chicos más bien grandecitos y tiene siete cuentos que van desde lo más obscuro de “La otra ciudad”, la metáfora sobre la ESMA, a “Se va a acabar”, una recreación de aquel domingo de hace cuarenta años en el que volvimos a la democracia. La democracia que volvió para quedarse.

En este libro, el autor reconoce elementos autobiográficos en algunos personajes y alienta a los maestros a utilizar la literatura como herramienta para abordar temas difíciles con los niños

—¿Hay algún Ricardo Lesser protagonista real de esas historias habiendo vivido ese tiempo?

—Los escritores, decía alguien que no me acuerdo, siempre escribimos sobre nosotros mismos. ¿De qué otra manera podríamos crear un personaje vivo, un personaje que a veces nos toque el hombro diciéndonos “no por acá es por allá”, sino haciéndolo con nuestras propias costuras?

En Y volvió para quedarse hay un cuento llamado “Prohibido leer”. Una nena, Dolores, encuentra a sus padres inclinados sobre la bañera. ¿Qué hacen? No te asustes, estamos deshaciéndonos de algunos libros, de cuando íbamos a facultad, contesta el protagonista, mientras hace cucuruchos con el papel que quema para que el humo no lo delate. Ese personaje fui yo, soy yo.

En otro relato, el último, “Se va a acabar”, el protagonista es Pablo. Sale toda la familia, él va de la mano del padre. Se oyen cánticos: Se va a acabar, se va a acabar. En la esquina, unos dinosaurios de uniforme caen desmayados. Ese día, Pablo entra a un cuarto oscuro por primera vez de mano de su papá. Es el 30 de octubre de 1983. Nada hay de ficción aquí: Pablo es uno de mis hijos.

¿Cómo explicarle a un chico la ESMA? En su libro, Ricardo Lesser trató de encontrar una respuesta a semejante interrogante.

—¿Qué le sugerirías a una maestra a la hora de abordar este libro con sus alumnos de diez u once años?

—Yo apostaba a que los chicos entenderían que los militares eran dinosaurios empachados de poder. Ahora que se acerca el cumpleaños de la democracia, en las escuelas están leyendo “Y volvió para quedarse”. Fui, entonces, a las escuelas. Y sí, los chicos sabían de dinosaurios y de mundos al revés.

Por eso les digo a las maestras que la literatura es una herramienta poderosa para abordar temas tan terribles como estos. Que les canten, por ejemplo, “Como la cigarra” de María Elena Walsh, una canción que fue apropiada por la sociedad como la cuota de esperanza que teníamos durante la tormenta dictatorial. “Cantando al sol como la cigarra / después de un año bajo la tierra”. Verán como esas estrofas despiertan cosas en los niños que, seguramente, ni ellas mismas preveían. “Y volvió para quedarse” se ofrece para darles la ocasión de entender que aquello era “el mundo del revés”.

[Fotos: Gentileza Ricardo Lesser; Editorial Planeta]

Fuente: Infobae