Cientos de personas circulan a diario a su alrededor, pero pocos se detienen a observar la monumental obra que alberga los restos de Bernardino Rivadavia en el centro de la comúnmente llamada Plaza Once. Se trata del mausoleo que tuvo una espectacular inauguración el 3 de septiembre de 1932 y que incluyó una gran conmemoración en todo el país.
Ese día, la urna con las cenizas del primer presidente de los argentinos partieron a las 13 en una cureña desde el Cementerio de la Recoleta hasta esta ubicación en el sector central de la plaza. “Es el único monumento funerario, que está ubicado fuera de iglesias o cementerios. El otro caso similar es el de Manuel Belgrano, pero se encuentra en el atrio de la iglesia de Santo Domingo”, explica Juan Antonio Lázara, director de Letras, Patrimonio y Radio y Televisión del Fondo Nacional de las Artes (FNA).
Y destaca que se trata del único situado en un espacio totalmente civil. “Algo inédito”, advierte.
En la celebración por la inauguración se sucedieron desfiles, con la presencia de unos 50.000 alumnos de distintas escuelas porteñas, que según la noticia publicada en LA NACION sobre el acto ese día formaron desde La Recoleta y arrojaron flores a lo largo del trayecto hasta la Plaza Once. Se sumaron concejales, diputados, representantes diplomáticos y el entonces presidente Agustín P. Justo. También, simultáneamente, tuvo lugar una misa solemne en la capilla del Hospital Rivadavia, de avenida Las Heras, convocada por la Sociedad de Beneficencia de la capital como todos los años. Cabe recordar que esta sociedad fue creada por Rivadavia durante su mandato.

Según el mencionado artículo, tomó participación la aviación militar con dos escuadrillas de la base de El Palomar de 21 máquinas, que volaron por distintos puntos del recorrido de la cureña. Asimismo, en el momento en el que el presidente descorrió el velo que cubría al monumento hubo una suelta de 2000 palomas. Durante el acto, el primer mandatario dirigió un discurso en el que destacó la figura del prócer. “Día de noble orgullo y justificada alegría es este en el que la Nación Argentina da tumba definitiva, digna de su gloria, al que vive en el corazón del pueblo, que lo ha consagrado, haciendo suyo el juicio de Mitre grabado en este monumento: ‘el más grande hombre civil de los argentinos’”, manifestaba Justo.
Un millón y medio de kilos
Rogelio Yrurtia, uno de los más destacados escultores del país, fue el encargado del gran mausoleo. Utilizó un total de 1647 bloques de granito que pesaban 1500 toneladas. Según detalla Lázara, la obra tiene unos 25 metros de largo por 15 de ancho y 9 metros y medio de alto, “equivale en su altura a un edificio de tres pisos y tiene un peso de un millón y medio de kilos”, dice. Y destaca que cuenta con dos alegorías figurativas en bronce, de 5 metros y medio de altura, una es Moisés, que representa la ley, y la otra es un joven que alude a la acción, a la vitalidad o también se lo relaciona con la República. Detalla que el sepulcro fue construido bajo la influencia del art decó.

Otro artículo publicado por LA NACION el domingo 4 de septiembre, luego de la ceremonia, describe la gran obra de Yrurtia con estas palabras: “integran el mausoleo una parte arquitectónica y otra escultórica, formando un todo orgánico de manera que no podría concebirse esta sin aquella”.
Y, además de su volumen, se destaca su valor estético: “El monumento a Rivadavia consta de una cripta, destinada a contener las placas ofertorias y de una cámara a flor de tierra en cuyo centro se eleva la urna que guarda los restos del prócer”.
Menciona, además, que las puertas de acceso a la cámara se hallan en ambos frentes del monumento, mientras que, en el interior, por el techo acristalado se filtra la luz solar de manera que todo el interior recibe una tonalidad dorada. También pondera las figuras de Moisés y la joven República.
En Buenos Aires, jamás
Rivadavia ocupó la presidencia por un breve período que se extendió entre el 8 de febrero de 1826 hasta el 27 de junio de 1827, anteriormente se había desempeñado como ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, entre 1821 y 1824 desde donde había impulsado un plan intenso plan de reformas.
Según explica Leonel Contreras en el libro publicado recientemente Reina del Plata, Breve Historia de la ciudad de Buenos Aires, desde Pedro de Mendoza hasta nuestros días, de Editorial Planeta, el Partido del Orden que integraba Rivadavia tuvo un objetivo claro, convertir a la provincia de Buenos Aires en un estado moderno y liberal, “casi como una república independiente, símbolo del progreso y ejemplo a seguir para las otras provincias”.
Rivadavia fue el mayor impulsor de estas ideas y llevó adelante una serie de reformas modernizadoras en lo económico, político, militar, eclesiástico, también en la educación y la cultura, en su etapa de ministro bajo el gobierno de Martín Rodríguez.
Sin embargo, su presidencia se caracterizó por la proliferación de conflictos políticos; muchas de sus medidas, como por ejemplo la Ley de Capitalización de Buenos Aires, agudizaron la grieta entre unitarios y federales. Sumó importantes problemas económicos y financieros y, finalmente, la guerra con Brasil lo llevó a dimitir y entregar su mando a Vicente López y Planes, presidente provisional elegido por el Congreso. Al terminar su gestión partió al exilio en España y se encargó de aclarar que no quería que llevaran sus restos a Buenos Aires.
De acuerdo al libro Monumentos Históricos Nacionales de la República Argentina publicado por el Ministerio de Cultura de la Nación y la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos publicado en 2017, una situación particular sucedió con los restos de Rivadavia. La publicación asegura que el primer presidente argentino falleció en la ciudad de Cádiz -el 2 de septiembre de 1845 a los 65 años- y que sus restos fueron repatriados a la Argentina en 1857, a pesar de haber dispuesto en su testamento no ser enterrado jamás en Buenos Aires ni en Montevideo.
No obstante, “ese mismo año se dispuso otorgarle su apellido a la avenida más larga de Buenos Aires (…)”, señala la publicación sobre monumentos históricos. Sus restos permanecieron primero en el Cementerio de la Recoleta y su sepulcro definitivo se instaló sobre un tramo de la misma avenida muchos años después. Yacen en la actual Plaza Miserere otrora Plaza 11 de septiembre en alusión a la Revolución del 11 de septiembre de 1852 de la provincia de Buenos Aires contra el gobierno federal por la cual se produjo la secesión de la Confederación.
El imponente mausoleo fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1946.
Fuente: Silvina Vitale, La Nación