Curada por la directora del Museo Arqueológico Nacional de Taranto (MArTA), Eva Degl’Innocenti, y el investigador Lorenzo Mancini, la exposición reúne vasijas de cerámica, estatuillas, yelmos, monedas, joyas de oro, piezas de orfebrería y objetos vinculados con el culto a los muertos, la guerra y el ritual del teatro.
Las 60 piezas exhibidas, pertenecientes a las colecciones de esta institución italiana -uno de los museos de su tipo más importantes del mundo- relatan la historia de la única colonia griega en la región de Apulia, fundada en el año 701 antes de Cristo, y de las civilizaciones antiguas que la habitaron.
«Taranto era una de las ciudades más importantes del antiguo Mediterráneo, una ciudad muy grande y particular, amurallada, algo que pocas ciudades griegas tenían, con un puerto importante a donde arribaban personas de diferentes culturas, con mucho movimiento, entonces terminaba siendo un foro multicultural importante. Además la democracia tarantina fue una de las primeras de Occidente», cuenta la curadora de la muestra, la italiana Eva Degl’Innocenti.
La colonia griega de Taranto fue definida como la «París del mundo antiguo» por su influencia cultural y su capacidad de plasmar modas y costumbres−, así como también las historias de los pueblos que convivieron con los griegos en la región llamada Apulia, la más oriental del sur de Italia, el «talón» de la península que, por su forma, se asemeja a una bota.
En la muestra, la historia de la fundación de la colonia espartana de Taras -su denominación en griego antiguo- y la conquista romana de la ciudad (209 a. C.) está representada a través de una serie de objetos con la función de ‘symbola’: elementos de uso cotidiano en la antigüedad, capaces de evocar a modo de compendio temáticas o problemáticas históricas.
Pero la fundación de Taranto navega entre el mito y la arqueología, ya que la ciudad se extiende entre dos mares: al suroeste el mar abierto, el Mar Grande, y en el interior del territorio la extensa laguna del Mar Piccolo. Aguas saladas y aguas dulces que se unen para generar la ciudad, de hecho, el nombre griego de Taranto, Taras, es un héroe hijo del dios del mar, Poseidón, y de una ninfa local, una divinidad de los manantiales, llamada Satyria. Por eso, un joven montado en un delfín identifica la ciudad en las monedas de la ceca local, tal como se puede ver detrás de las vitrinas en la sala, y que aluden al dominio sobre el mar.
«En esta muestra quisimos reconstruir los contextos arqueológicos, es decir, desde dónde provienen las piezas, tratar de emular esa idea y no solamente presentar objetos indiscutidamente bellos sino además que comuniquen aspectos antropológicos de la sociedad. Seleccionamos piezas importantes de la colección, que representen verdaderamente a esa civilización, para poder presentar en Buenos Aires donde no hay un conocimiento cabal de eso», añadió la curadora.
Se trata de objetos seleccionados sobre todo por su capacidad de evocar, con la eficacia sintética del símbolo, temas complejos como la sociedad, la ideología funeraria, la cultura figurativa, el patrimonio de los relatos míticos y las creencias religiosas de los griegos de Taranto y de las otras civilizaciones antiguas de Apulia, en un período comprendido entre los siglos VIII a. C. y II a. C., cuando la región fue adherida a la naciente Italia romana.
Siguiendo el recorrido se observa que la única fuente de información disponible sobre la vida de las primeras generaciones de colonos son los ajuares depositados en las tumbas de la necrópolis urbana: desde pequeños jarrones producidos en Corinto hasta objetos funerarios ricos y articulados, síntoma de un vivo dinamismo que atravesaba la sociedad colonial y se expresaba en la creciente demanda de artículos de lujo.
Entre finales del siglo VIII y principios del siglo VI a .C., la cerámica más difundida en Taranto y en todo el Mediterráneo fue la producida por los talleres de Corinto, en la Grecia central. Se trata de una producción en serie en la que predominan las formas de dimensiones mediano-pequeñas, como los contenedores para ungüentos perfumados con formato globular (aryballoi) o alargado (alàbastra). La decoración, fuertemente estandarizada, consiste en frisos de animales (leones, panteras, pájaros, cabras y cervatillos pastando) dispuestos en diversos niveles, con detalles realizados en grafito y retoques de pintura roja.
«El tema del colonialismo aquí es muy importante porque Grecia invade esa zona del sur de Italia donde había pueblos originarios que eran conocidos, no había un territorio virgen ni salvaje, ya que Taranto era una ciudad muy importante. Antes se pensaba que era el país colonialista el que impartía la cultura al otro pero la arqueología moderna trata de observar esa complejidad como una influencia recíproca, una mezcla de los griegos en este caso con las culturas originarias de ahí», detalla Degl’Innocenti.
A partir del año 560 a. C., aproximadamente, en las tumbas de Taranto fueron cada vez más frecuentes las cerámicas de producción greco-oriental. De las costas de Jonia (actual Turquía occidental) y de las islas del Egeo oriental, en particular de Rodas, llegaban a Taranto refinados contenedores para ungüentos perfumados, modelados en forma de criaturas mitológicas o jóvenes vestidos según la moda jónica.
Desde finales del siglo VI a. C., en las tumbas de Taranto son frecuentes las referencias al atletismo, en las representaciones sobre cerámica y a través de la presencia de objetos que rápidamente se convierten en símbolos de estatus, como el alàbastron, un recipiente para el aceite con el que los atletas untaban el cuerpo antes de la competencia.
Se exhiben también jarras (Hydrìa), copas (Kylix) con figuras que danzan, relieves votivos en terracota -testimonio de un ritual relacionado con el culto a los muertos- o un contenedor para ungüentos (Lèkythos) con escenas de lanzamiento de disco y jabalina.
Pero los cambios políticos y sociales de la ciudad se van evidenciando también en objetos como un relieve funerario en piedra calcárea (aquí se exhibe un fragmento) que representa a una joven envuelta en el himàtion (manto), y pertenece a la decoración de un monumento funerario, o en un jarrón de forma alargada (Loutrophòros), un jarrón típicamente femenino vinculado al baño de purificación que las futuras novias realizaban antes de la boda.
A partir de la segunda mitad del siglo IV a. C., en Taranto se desarrolló una artesanía orfebre de excepcional nivel técnico, destinada a satisfacer las demandas de una rica clientela tanto griega como indígena. Comenzó así la época de la tryphè, un estilo de vida caracterizado por el lujo y el refinamiento que las fuentes literarias retratan en clave polémica, pues lamentan la pérdida de las austeras costumbres de la antigua colonia espartana. En la mujer, el cuidado de la ropa, el peinado y el maquillaje se convirtió en una práctica común, como lo demuestran algunas representaciones, artículos de tocador, aros y diademas.
Con la intención de salvaguardar el patrimonio arqueológico local, el MArTA fue inaugurado en 1887, cuando las numerosas excavaciones para la construcción de la nueva Taranto sacaron a la luz los restos de la antigua ciudad.
«El Museo Arqueológico Nacional de Taranto tiene la vocación de contribuir a reconstruir los lazos de la ciudad con sus orígenes. Su lema es: el pasado por el futuro», concluye la directora de esa institución.
«Tesoros del Museo Arqueológico Nacional de Taranto» podrá visitarse hasta el 5 de marzo de 2023, de martes a viernes de 11 a 20, y los sábados y domingos de 10 a 20, con entrada libre y gratuita, en la sala 33 del primer piso del Museo Nacional de Bellas Artes, que depende del Ministerio de Cultura de la Nación y cuenta con el apoyo de Amigos del Bellas Artes, ubicado en Avenida del Libertador 1473, ciudad de Buenos Aires.
Fuente: Mercedes Ezquiaga, Télam.