Aldo Aresi, el hombre que mejor conoció los secretos de Sandro

Casi no ha concedido entrevistas. El público no lo conoce. Camina por la calle con el anonimato que cultivó a lo largo de toda su vida. Hay un goce en ese pasar inadvertido. Acaba de publicar «Sandro, puertas adentro», volumen en el que repasa la historia compartida.

Sin embargo, Aldo Aresi es protagonista de un capítulo sustancial de la historia del espectáculo argentino. Este hombre, que en cinco meses cumplirá 90 años, ha sido durante más de tres décadas el manager, mano derecha, amigo y confidente de Sandro.

«Nunca tuvimos un malestar o una discusión, jamás firmamos un contrato», explica Aldo Aresi, con una dicción vivazmente clara que hace dudar de su edad y deschaba su pasado como locutor profesional y actor. Este rosarino, que conoce tanto del ídolo como su propia familia, acaba de publicar Sandro, puertas adentro, volumen en el que repasa la historia compartida, cuenta anécdotas y traza un perfil íntimo de ese Roberto Sánchez que era inaccesible para sus fanáticos, pero que él conoció en profundidad. Ese «puertas adentro», con el que tituló a este compendio de escriba memorioso, define la idiosincrasia del material al que se puede acceder gratuitamente desde la plataforma wattpad.com. «Nos divertíamos mucho, teníamos el mismo humor», reconoce Aresi, quien estuvo 38 años pegado al astro nacido en la Maternidad Sardá y criado en los empedrados de Valentín Alsina, la barriada sureña fronteriza con Pompeya que desmiente el más allá la inundación.

«Cambiábamos figuritas recordando de qué lugar del pueblo veníamos, de nuestros felices, pero humildes orígenes. Solía decirme que todo eso servía para valorar el lugar en el que estábamos ahora y remataba diciendo de una manera bien porteña, popular y sincera: ´¡cómo zafamos nosotros!, Aldo´». Las palabras de la introducción del flamante libro reflejan el vínculo de confianza y complicidad que los unía y ese agradecimiento por el bienestar que no obnubilaba el pasado de sacrificios, las noches en pensiones, la incertidumbre del futuro.

Y un día llegó Olga

Aldo Aresi, el hombre que conoció todos los secretos de Sandro
Aldo Aresi, el hombre que conoció todos los secretos de Sandro Fuente: Archivo – Crédito: Gentileza Aldo Aresi

La charla con Aldo Aresi puede continuarse por horas. Es que su memoria prodigiosa lo lleva a recordar mil y una vivencias. Las recupera en detalle y con la misma pasión con la que las protagonizó. Muchas de ellas están en el libro y otras, quizás, encuentren cabida en un segundo tomo. Solo él sabrá. Generoso, no se priva de compartir todo aquello que llega a su memoria. Lo siente tanto como una misión, un compromiso para legar ese perfil desconocido del hombre seguido por millones.

Aresi estuvo en los momentos esenciales de la vida del cantor. Allí estuvo su mirada, su palabra o su silencio. Sabía cuándo debía decir y cuando no. Conoció a Olga Garaventa, la viuda de Roberto Sánchez, antes que el propio esposo. Es que el manager tenía montada sus oficinas en el famoso «castillo» que el cantante se construyó en Pavón 3939, corazón del barrio de Boedo. Olga, que vivía a la vuelta, comenzó a trabajar como personal de maestranza. Su seriedad y responsabilidad la llevaron a ascender peldaños hasta convertirse en mano derecha del productor. «Nunca iba al teatro. La invitaba a las funciones de las revistas que yo producía o a los espectáculos de Sandro, pero no se animaba por timidez. Solo en una oportunidad fue a ver a Sandro y, a pesar de trabajar con nosotros, no quería entrar a saludarlo al camarín», recuerda Aresi graficando ese perfil bajo que define a la mujer que cumplió el sueño de tantas.

Olga también escribió unas líneas en el libro, reconociendo el afecto por ese hombre del que fue su secretaria, mucho antes que ella se convirtiera en la señora de Sánchez. El camino hacia el altar tomó su tiempo, el necesario para que Roberto y Olga no dieran pasos en falso. «Una mañana, Roberto, que venía desde Banfield, me tenía que pasar a buscar por el castillo para salir juntos hacia Rosario, donde teníamos varios conciertos programados. Recuerdo que tocó el portero eléctrico para avisarme que había llegado. En ese momento, le pedí a Olga que me acompañase hasta la puerta así podría saludarlo, pero no quería, le daba vergüenza. Entonces, le solicité que me ayudara, aunque sea, a llevar un bolso. Aceptó. Con mucho pudor y respeto saludó a Roberto que iba sentado en la parte de atrás del auto. Fue un saludo cortés y tímido. En eso, Roberto me mira y me dice: ´Mirá Olguita´, dando a entender que le parecía una bella mujer. Ahí comenzó todo», rememora Aresi, quien no intercedió ni cumplió el rol de Cupido. «Él hizo todo, sabía cómo era Olga así que actuó en consecuencia. Terminó la relación que tenía porque estaba totalmente convencido de su sentimiento por quien era, hasta entonces, mi secretaria. Una tarde me llamó Olga para comentarme la proposición de Roberto, le dije que me parecía muy bien».

Ganarle a Soda Stereo

Sandro era fiel a sus rutinas por una cuestión de organización de agenda y también por cábala, así que siempre estrenaba sus espectáculos en Rosario, ciudad a la que definía como su «novia», y luego debutaba en Buenos Aires, durante años en la sala del Gran Rex. «El récord en el Rex lo tenía Soda Stereo con 14 recitales. Una temporada, Sandro iba por el concierto número 11, pero no quería hacer una función más. Me decía: ´Aldo vámonos a casa, déjate de joder, estoy cansado´. Una noche, en la que estaban Gustavo Yankelevich y Hugo Sofovich invitados, les pedí que me ayudaran a convencerlo para seguir». Finalmente, la temporada llegó a 14 conciertos, obviamente con localidades agotadas. Aresi estaba eufórico por semejante repercusión: «Recuerdo que entré al camarín y le dije: ´Llegamos a los 14, igualamos a Soda Stereo, ahora sí nos vamos a casa´. Y Roberto me respondió: ´No nos vamos, ahora quiero ganar, programá un fin de semana más´. Así fue como realizamos 17 presentaciones pero, años después, llegamos a 27 y, en otra temporada, a 40 Gran Rex totalmente agotados con 3500 personas todos los días. Fue un fenómeno único, a las dos horas de abrirse la boletería podía haber vendidas 4000 entradas. Fue el primer artista que hizo abrir el Gran Rex en verano».

Este año, durante el mes de mayo, murió la esposa de Aldo Aresi. «Llevábamos 65 años de casados», dice este hombre que comenzó a trabajar como actor en Rosario e hizo giras con Luis Arata, un prócer del teatro nacional. Durante ese ineludible proceso de duelo, Rodrigo Rodríguez, conocido por su personaje de Rodrigo Vagoneta, fue quien motivó a Aresi para publicar. El actor y el productor se conocen desde 2004, cuando Aresi lo contrató para integrar el espectáculo encabezado por Miguel Ángel Cherutti. «Me llama cada tanto, sobre todo desde que falleció mi mujer. Cuando en una de esas charlas le conté que, a veces, me bajoneaba con el recuerdo, me sugirió que escribiera algo». La propuesta del cómico fue reveladora: Aresi tenía escrito el libro desde aquellos tiempos dolorosos en los que Sandro pasaba a convertirse en una leyenda eterna: «Lo escribí ni bien se murió, es un recuerdo enorme».

Sandro, Ricky Martin y Aldo Aresi rodeados de colaboradores luego de una función del Gitano en un teatro porteño
Sandro, Ricky Martin y Aldo Aresi rodeados de colaboradores luego de una función del Gitano en un teatro porteño Fuente: Archivo – Crédito: Gentileza Aldo Aresi

La periodista Graciela Guiñazú, la más exhaustiva investigadora sobre la vida y obra de Sandro y muy amiga de la familia, acompañó la iniciativa de difundir el libro de Aresi. Fue ella quien propuso subirlo al sitio oficial del prócer de la balada romántica: «Tiene más de un millón de seguidores, eso hizo que el libro se empezara a leer mucho», reconoce Aresi. Sandro, puertas adentro ya está cerca de las 10.000 visitas, una gran cifra que habla del interés que despierta la figura del cantante y la mirada íntima y única que propone quien fuera su manager. Lectores de Barcelona, Madrid, Santiago de Chile y Nueva York han enviado mensajes de agradecimiento por la obra. Es que los acordes de «Rosa rosa», «Penumbras» o «Trigal» recorrieron buena parte del mundo. «Cuando llegábamos a Nueva York, le encantaba salir a caminar. Allí tenía un anonimato que le permitía hacer cosas que acá no podía, como comer un pancho en un carrito en la calle. Pero siempre aparecía alguien que le decía: ´Hola Sandrito´. Todos nos reíamos cuando eso sucedía. Ni en Nueva York podía pasar inadvertido».

Roberto Sánchez no solo no era una persona avara, sino que podía dar un paso al costado, aún a costa de su cuenta bancaria: «Produje los espectáculos de Nito Artaza y Miguel Ángel Cherutti durante diez años. Al principio, también estaba Sandro metido en el negocio, hasta que me dijo: ´Aldo, no hago un carajo, sácame de la sociedad, no me des un mango más´», rememora Aresi que no duda en afirmar que «Sandro era un tipo especial».

En 1972, Aresi comenzó a trabajar junto a Oscar Anderle, el antiguo representante del cantante. «Él se encargaba del exterior y yo de todo lo que se hacía en Argentina. Incluso, así nos manejamos cuando representamos a otros artistas como Rubén Juárez. El 17 de febrero de 1988 muere Oscar, Sandro deja pasar unos días y el 4 de marzo me invita a cenar a su casa. Ahí me ofrece ser su representante. Nunca tuve un solo problema de plata con él».

Intercambio de ideas

Aldo Aresi junto a Oscar Anderle, el primer manager de Sandro y coautor de muchos de los temas que inmortalizó el cantante
Aldo Aresi junto a Oscar Anderle, el primer manager de Sandro y coautor de muchos de los temas que inmortalizó el cantante Fuente: Archivo – Crédito: Gentileza Aldo Aresi

«A él le gustaba hacerme engranar«, reconoce Aresi con adjetivación canyengue. En una cena en el Hotel Hermitage de Mar del Plata, a las cuatro de la mañana y luego de haber atravesado la tertulia con champagne en el camarín, luego de la función en el Teatro Neptuno, Sandro y Aresi intercambiaron opiniones sobre literatura: «Yo estaba sentado en la cabecera de la mesa y hago mención a un cuento de Gabriel García Márquez donde dice: ´La serenidad que da la pobreza´. Algo muy fuerte. En realidad, me confundí y dije: ´Tremenda dignidad que da la pobreza´. Y Roberto me discutía que no podía ser. Me decía: ´Si sos pobre no podés tener dignidad´. No me gustó. Así que me enojé, tiré la servilleta, me levanté de la mesa y me fui diciendo: ´Acá no se puede hablar´. Cuando llego a la puerta escucho que Roberto me grita: ´Sabiola, vení para acá, pedí otra botella de champagne´. Volví y seguimos conversando como si nada», recuerda entre risas. En aquella mesa, un comensal, ajeno al grupo, no podía creer que alguien se enfrentara así con la estrella. Es que el vínculo entre ellos era de frontalidad, lealtad y honestidad: «Pensaría que, si discutía con Sandro, corría riesgo de perder mi trabajo». A los pocos días, Sandro le confirmó que la frase dicha no era correcta, pero se encargó de aclararle: «Por eso somos amigos, podemos discutir y no pasa nada, sino solo serías mi representante».

A las semanas, aquella anécdota volvió a tomar fuerza: «Yo nunca veía el show completo, porque siempre estaba organizando cuestiones de producción. En un momento, en medio de una función de El hombre de la rosa, entro a la sala y lo escucho decir: ´Con esa tremenda dignidad que da la pobreza´. Me quedé asombrado. Cuando terminó la función fui al camarín, como era mi costumbre. Recuerdo que estaba con Estela Raval. Cortó la charla y me dijo: ´Fue un homenaje a vos, pelotudo. Vos también tenías razón´».

La despedida

En Mar del Plata, Aldo Aresi junto a Sandro y Miguel Ángel Cherutti en una entrega del Premio Estrella de Mar
En Mar del Plata, Aldo Aresi junto a Sandro y Miguel Ángel Cherutti en una entrega del Premio Estrella de Mar Fuente: Archivo – Crédito: Gentileza Aldo Aresi

«La última vez que hablé con él, yo salía del supermercado cuando me llamó para saludarme. Cuando le comenté dónde estaba, me dijo: ´Qué envidia, como me gustaría estar ahí´. En esa charla me pidió que viera, al día siguiente, el programa de Susana Giménez porque iba a estar el Puma Rodríguez, que había grabado un disco homenaje con sus temas». Veinticuatro horas después, Aresi fue uno de los millones de televidentes que se emocionaron no solo con el homenaje de José Luis Rodríguez, sino con la charla telefónica de la diva con Sandro. El creador de «La vida sigue igual», que llevaba semanas internado esperando el trasplante que le permitiera continuar con su vida, hasta se animó a cantar a media voz dejando a todos con los ojos vidriosos. Sin dudas, el que más se emocionó fue Aresi, no solo por la amistad con Roberto Sánchez sino por aquellas palabras que el cantante le dedicó públicamente donde hablaba del vínculo honesto que los unía a lo largo de tantas décadas de trabajo compartido. «Muchos artistas, cuando no son conocidos, contratan a un representante y cuando se convierten en éxito, ponen en ese lugar a un pariente. Sandro jamás hizo eso. Quizás sea el único. Oscar Anderle me decía: ´No nos podemos equivocar. Si hacemos algo mal, no podemos estar acá, nos tenemos que ir´. La falta de la formalidad del contrato definía el tipo de lazo que nos unía».

Si durante toda la vida, Roberto y Aldo fomentaron la amistad con un vínculo que se volvió indestructible, también en la agonía del ídolo transitaron juntos un camino que no estuvo exento de anécdotas y humor. Sandro en estado puro, aún en medio del dolor. Aquella conversación que había tenido con Susana Giménez, Sandro la realizó desde la maternidad del Instituto del Diagnóstico, el área en la que nadie podía sospechar sobre su presencia. Una suite especial, desde donde escuchaba a los bebés llorar, fue el bunker de semanas enteras de angustia, esperanza, y hasta risas.

Aresi recuerda la última vez que lo visitó en el centro de salud: «Estaba solo porque Olga había ido a resolver unos temas en la casa de Banfield. Cuando Roberto me vio entrar, me dijo: ´Vení, sentate, contame todo´. Como yo producía teatro de revistas, le gustaba que le contara los chimentos de las vedettes, lo que pasaba con Carmen Barbieri. Recuerdo que le pregunté: ´Roberto, si no aparece el donante, ¿qué sucede?´». La respuesta del cantante fue una puñalada de realidad: «Me voy a morir, Aldo, el corazón me empezó a fallar».

A pesar de su notable conciencia sobre el cuadro que lo aquejaba, de la gravedad de su estado, se permitía el humor hasta en los momentos donde cualquiera siente temor. Aquella vez en la que lo intervinieron por una infección urinaria, mostró su temple y sus ganas de pasarla bien: «Cuando salió de la operación me llamó y me dijo: ´Le conté tres cuentos al camillero. En el quirófano, pedí silencio en voz alta, medio autoritario. Se quedaron todos callados. Arranqué con una plegaria y los médicos terminaron diciendo ‘amén’. Casi me largo a reír´. Ese era Roberto». El 4 de enero de 2010, Roberto Sánchez murió y convirtió a Sandro en una leyenda.

Sandro podía regalarle un reloj valuado en miles de dólares o un ramo imponente con 50 rosas cuando celebró las bodas de oro con su esposa. Generosidad y detalles amorosos que siempre tenía con ese amigo que lo representaba, que le allanaba el camino y espantaba a esos «amigos del campeón» que nunca faltan. «En una oportunidad, con motivo de mi cumpleaños, me regala un hermoso pañuelo. Se lo agradezco, pero él se fastidia y me dice: ´Fijate bien´. Desenrollo la tela y veo que había un hermoso reloj Omega muy costoso».

Sandro disfrutaba compartir las celebraciones de su representante. Para los Aresi, Roberto Sánchez era parte de la familia

Sandro disfrutaba compartir las celebraciones de su representante. Para los Aresi, Roberto Sánchez era parte de la familia Fuente: Archivo – Crédito: Gentileza Aldo Aresi

Sandro, puertas adentro reúne algunos de los tantos momentos que Aldo Aresi compartió con el ídolo, su amigo, su confidente. Ese con el que se cruzó, por primera vez, en el camarín de un canal de televisión de Rosario, en la previa del programa Operación juventud. «Nos estábamos encontrando, cinco años después comencé a trabajar con él para toda la vida, no nos separamos más», remata Aresi, con sus casi 90 jóvenes años, todo un orgullo que le permite alardear: «Todavía me queda la voz con la que me he ganado la vida».

Fuente: Pablo Mascareño, La Nación.