Con material de archivo exclusivo, grabaciones de audio inéditas y sin la participación de la propia artista, Becoming Madonna, dirigido por Michael Ogden, se lanza a la ambiciosa tarea de narrar la transformación de Madonna desde una chica recién llegada a Nueva York hasta convertirse en la figura más dominante del pop global. Si bien hay momentos reveladores, el documental no logra llegar a las alturas de Becoming Led Zeppelin de Bernard MacMahon (un maravilloso ejemplo de cómo relatar los inicios del mito) y termina moviéndose entre lo poderoso y lo superficial, entre lo íntimo y lo esquemático.
“¿Quién mejor para ayudarnos a entender quién fue Madonna que la propia Madonna, en sus palabras?”, explica Ogden. “Encontramos un archivo de audio extraordinario… y eso nos dio la brújula para contar esta historia”. Esa decisión creativa (no tener testimonios en cámara ni nuevas entrevistas, solo imágenes y voces del pasado), permite que el relato se mantenga puro, sin el filtro del presente, como sucedió con Amy, el documental sobre Amy Winehouse ganador del Óscar y dirigido por Asif Kapadia, pero sin obtener el mismo impacto.
La película arranca con fuerza. Una joven Madonna llega a Nueva York con 35 dólares, hambre de fama y sin paciencia para el ballet clásico. El East Village, los clubes, el arte sucio y callejero de Keith Haring y Jean-Michel Basquiat de la ciudad quebrada de los 70, todo ese universo underground está bien esbozado. Y aunque Ogden asegura que “esa parte era esencial para entenderla”, la cinta solo le dedica unos 20 minutos.
Luego, el relato se acelera. Pasamos rápidamente a sus primeros sencillos, sus escándalos, su relación con el mundo gay, y sus maniobras para tomar el control total de su carrera. “Madonna no aceptaba un no por respuesta. Y era muy inteligente al elegir a los colaboradores correctos”, dice Ogden. “Pero también tenía esa chispa salvaje que conectó con la gente”.
En ese sentido, la película acierta al mostrar a Madonna como una arquitecta de su propia imagen, una estratega del escándalo, y una performer que entendió el poder de la imagen y el videoclip como nadie. La presentación de Like a Virgin en los MTV Awards o del vídeo blasfemo de Like a Prayer aún impactan. Hoy vemos a artistas como P!nk, Lady Gaga, Nicki Minaj o Dua Lipa que claramente siguieron y siguen su legado. Al respecto dice Ogden: “Sin duda se puede trazar una línea directa entre la intención de Madonna y las estrellas del pop actual. Su impacto es profundo y sigue vigente”.
Quizás lo más valioso del documental, sin embargo, está en su enfoque sobre el vínculo de Madonna con la comunidad LGBTQ+. El testimonio sobre su amistad con Martin Burgoyne, su activismo durante la crisis del SIDA y la composición de su equipo de bailarines para Blonde Ambition ofrece una capa emocional que sirve de complemento al inolvidable Truth Or Dare de Alek Keshishian. “Ella se ve reflejada en las personas queer”, dice Ogden. “Fue una pionera, una activista. Y lo hizo desde la autenticidad, no por cálculo”.
Pero la cinta también omite mucho. No hay mención de su carrera cinematográfica (Desperately Seeking Susan, Shanghai Surprise, Who’s That Girl?, Dick Tracy, Evita), ni de su amistad y relación con figuras claves como Michael Jackson o Prince. “Solo teníamos 90 minutos”, se justifica el director. “Los superfans siempre querrán más, pero había que tomar decisiones”.
Y quizás esa sea la gran contradicción de Becoming Madonna: promete ser un retrato de su “conversión en icono”, pero recorre años en los que Madonna ya era Madonna. No es tanto el origen, sino un montaje rápido de su ascenso con momentos brillantes, pero sin el desarrollo narrativo que haría justicia a su leyenda. “Ojalá Madonna la vea. Está hecha con amor”, dice Ogden. “No es una película autorizada, y eso nos dio libertad. Pero también lo hicimos con respeto”.
Ese respeto se nota. El amor, también. Lo que falta es profundidad y potencia. Pero como repaso ágil, emocional y a ratos electrizante, Becoming Madonna cumple.
Fuente: Rollingstone