Ganador del “Nobel” de la música clásica, el director de ópera Leonardo García Alarcón se consagró en Europa

“Busco que ese arte selecto sea popular”, dice el músico, premiado por los International Music Awards 2025

García Alarcón llegó a Ginebra a los 20 años para continuar su formación musical y comenzar una carrera profesional1

Ginebra quedó atada para siempre con las letras y la música argentinas. En el Cementerio de los Reyes (también conocido como de Plainpalais), situado en el corazón de la ciudad, están las tumbas de Jorge Luis Borges y Alberto Ginastera, dos de sus más grandes creadores. A esta parada obligada para todo aquel que quiera rendirles homenaje, habría que añadir una visita al teatro que hace apenas un año volvió a abrir sus puertas, luego de una profunda remodelaciónLa Cité Bleue, donde otro argentino está dejando una huella profunda dentro de las artes.

Nacido en La Plata, Leonardo García Alarcón llegó a Ginebra con apenas 20 años en búsqueda de continuar su formación musical y comenzar una carrera profesional. Actualmente, está calificado como todo un referente de la música barroca en Europa. Gracias a su disciplina, estudio y propuestas innovadoras, y junto a su orquesta Cappella Mediterránea, logró ir conquistando esos espacios.

En 2019 fue el artista elegido para dirigir la celebración de los 350 años de la Ópera Nacional de París y de los 30 años de la Ópera de la Bastilla. Esa producción de Las indias galantes, ópera-ballet compuesta en 1735 por Jean-Philippe Rameau, rompió moldes, tuvo un éxito tremendo y les dio a todos sus protagonistas enorme visibilidad.

El Premio International Classical Music Awards (ICMA) está considerado como uno de los de mayor renombre dentro del panorama de la música clásica, una especie de “Nobel musical” con el que han sido distinguidos artistas de la talla de Martha Argerich, Claudio Abbado y Krzysztof Penderecki, entre otros. Este 2025, la categoría “Artista del año” recayó en Leonardo García Alarcón, otorgándole así un inmenso reconocimiento a lo que ha sido toda su carrera. La entrega fue en la Tonhalle de Düsseldorf, la gran sala de conciertos de esa ciudad alemana en la que tanto Mendelssohn como Schumann ejercieron en su tiempo como directores musicales.

–¿Qué sentiste al saber que habías ganado ese premio tan prestigioso?

Cuando llamaron a comunicármelo fue como revivir todas las épocas de mi vida sintetizadas en un minuto. Creo que a mis 48 años todavía no era el momento, hubiera querido recibirlo más adelante porque siento que todavía estoy empezando a construir. La apertura del teatro de Ginebra apenas celebra su primer aniversario y hay mucho trabajo por hacer. Para mí, que siempre estoy como en un eterno comenzar, este premio me permite frenar y observar a mi alrededor para analizar la razón por la cual, habiendo tantos artistas, los críticos hayan decidido dármelo a mí.

El director al frente de su orquesta Cappella Mediterránea
El director al frente de su orquesta Cappella Mediterráneagabriel balaguera

–¿Y encontraste la respuesta?

Es muy difícil saber el porqué, pienso que será que habrá algo diferente en mis propuestas. Yo lo asocio a la fuerza que traje de la Argentina y que intento mantener. Puede que sea por mi empeño en renovar las partituras de música antigua para que parezcan nuevas o también mi apertura respecto a las otras artes, para integrar el teatro, la danza y la poesía. Algo que siempre me apasionó y que también heredo de mi país. El músico en Europa, sobre todo los especialistas en el Barroco, es alguien que preserva un espacio casi de museo, y a mí me gusta lo contrario. Siempre que hago obras antiguas, la prensa dice que parecen obras contemporáneas. Tal vez no tenga que ser yo la persona que pueda describirlo, pero lo que sí sé es que es un gran honor recibir y compartir el premio con todos los que me han precedido.

–¿Este premio conlleva algún peso u obligación extra como músico?

Por supuesto. Y de alguna manera refuerza mi convicción sobre lo que vengo haciendo en el teatro en Ginebra. Es algo que dará que hablar, en el buen sentido. Generalmente las casas de ópera nos invitan de últimos a la cena, cuando todo está ya decidido. En cambio, en La Cité Bleue voy a buscar al músico para preguntarle cuál es el sueño que quisiera realizar y eso, aunque no se pueda creer, causa mucho miedo. El músico está acostumbrado a trabajar con la certeza de la partitura y yo quiero proponer libertad para la creación.

–¿Cómo fue la entrega de los premios?

Se celebró un gran concierto donde varios directores estuvimos al frente de la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf. Participaron todos los galardonados y coincidieron grandes cantantes y los mejores instrumentistas. Yo elegí dirigir Música para los reales fuegos artificiales, de Händel. La música más extraordinaria para una ocasión festiva.

Años de formación y consagración

Leonardo García Alarcón supo que no habría vuelta atrás desde el momento en el que escuchó a Bach por primera vez en un casete que acompañaba el folleto de la Enciclopedia Grandes compositores de Salvat que le regaló su abuela. Por eso comenzó a estudiar música de manera particular y luego hizo el bachillerato de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata. Un tiempo después, en el Teatro Colón, conoció al gran clavecinista brasileño Nicolau de Figueiredo, quien le aconsejó viajar a Europa a continuar sus estudios.

–¿Cómo lo lograste?

Mi artista favorita era Christiane Jaccottet, gran clavecinista, a la que conocí a través de los discos y casetes que me regalaba mi abuela. Yo soñaba poder estudiar con ella. Cuando me enteré de que había un lugar para su clase, decidí viajar a tomar el examen. Con muy poco dinero y pensando que estaría solo un mes, partí a Europa. Éramos más de 20 personas concursando para ese único puesto y, tres días después de rendir el examen, recibo una carta diciendo que había sido el elegido y que estaba admitido en el Conservatorio de Ginebra. Fue maravilloso, no solo estudiaría con la mejor, sino que también viviría en Suiza, país al que admiraba por todo lo que había hecho por la música antigua.

–¿Se te hizo difícil costearte la vida en Ginebra?

Algunos argentinos empezaron a ayudarme dándome trabajo para tocar el clave y el órgano en algunos conciertos sinfónico-corales. También acompañaba a cantantes y así me empezaron a llamar del Gran Teatro de Ginebra. Conocí a Gabriel Garrido, gran director de música barroca y profesor del conservatorio, quien me recibió en el Ensemble Elyma. Con ellos empecé a recorrer el mundo, tocando Monteverdi y música barroca latinoamericana, hasta que formé nuestra Cappella Mediterránea.

–En toda carrera hay hitos que constituyen momentos bisagras. ¿Podés nombrar los tuyos?

La creación de nuestra orquesta Cappella Mediterránea, oficialmente fundada en 2005, es uno importantísimo. Ese año nos invitaron como artistas residentes al Festival de Ambronay (el más prestigioso de música barroca) y comenzamos a grabar discos. Y cuando uno comienza a grabar en Francia, de inmediato se hace conocido en todo el mercado europeo porque las críticas francesas son las más leídas. Pasamos a ser muy queridos y las diferentes casas de ópera de Europa empezaron a llamarnos. Fuimos construyendo una relación maravillosa con directores de escena y coreógrafos porque siempre he tenido un gran vínculo con la danza (mi hermana era bailarina estrella en Alemania).

Leonardo García Alarcón. La Cité Bleue
Leonardo García Alarcón. La Cité BleueLa Cité Bleue

“A lo largo de estos años hemos trabajado con grandes nombres como Angelin Preljocaj, Sasha Waltz, Bintou Dembélé, entre otros. Otro momento trascendental, también en 2005, fue mi nombramiento como profesor del Conservatorio de Ginebra. Me dieron una cátedra nueva, instructor de Maestro al Cembalo, que consiste en la dirección desde el clave. A partir de allí daba por terminada mi etapa estudiantil y oficialmente podía quedarme en Europa. Luego, en 2010 vino mi asignación como director del Coro de Cámara de Namur.

“Allí comenzó mi relación con esa agrupación que me ha seguido en casi todas las casas de ópera del mundo. Son todos excelentes cantantes y además grandes bailarines. Con ellos dirigí por primera vez en el Festival de Aix-en-Provence en 2013 y luego, en 2016, en la Ópera de París. Siguió Scala de Milán, Ópera de Viena, Teatro Real de Madrid, Carnegie Hall y no hemos parado”.

–Fuiste seleccionado director musical para la producción que celebraba los 350 años de la Ópera Nacional de París, ¿qué representó esto para vos?

La presentación de Las indias galantes para esa celebración constituyó una verdadera revolución que no fue solamente musical, sino también social. Es algo que todavía sigue resonando. El hecho de haber llevado las danzas urbanas en contacto con la música barroca resultó la realización de un sueño. Hemos decidido volver a hacerla y, por eso, este año la presentaremos de nuevo en París y también en San Pablo, en La Scala de Milán y en el Teatro Real de Madrid.

Orfeo, de Claudio Monteverdi, dirigida por Leonardo García Alarcón. En el Teatro Colón, noviembre de 2017
Orfeo, de Claudio Monteverdi, dirigida por Leonardo García Alarcón. En el Teatro Colón, noviembre de 2017Liliana Morsia

Un arqueólogo musical

Hay múltiples facetas conviviendo en simultáneo en Leonardo García Alarcón: clavecinista, director, compositor y recopilador. Cada una de las historias de sus descubrimientos musicales son fascinantes. Actualmente trabaja en una obra que encontró en la Biblioteca Nacional de Francia escrita por una mujer compositora llamada Antonia Bembo, que fue alumna de Francesco Cavalli. Fue un encargo de Luis XIV y nunca se hizo, porque en 1715, cuando estaban programándola, tanto la compositora como el rey fallecieron. Después de presentársela al director de la Ópera de París tendrá finalmente su estreno, tres siglos después, en 2026.

–La crítica destaca tu capacidad de hacer contemporáneo el lenguaje musical barroco. ¿Cómo traés la música antigua a la actualidad?

Desde muy niño mi papá nos cantaba canciones compuestas por él, eran una especie de madrigales y describían algo que estaba pasando. Eso es solo un ejemplo de por qué, para mí, la música y la poesía siempre han sido un hecho actual. Para mí la música antigua no existe, en el sentido de que la música que se toca es moderna. Me gusta imaginar la fuerza de un Bach o de un Monteverdi como si estuvieran vivos y encontrar las similitudes emocionales entre nosotros y ellos.

“Es importante recordar que hay más cosas en común, entre un ser humano de hace 400 años y nosotros, que diferencias. Por más que el mundo haya cambiado, seguimos sufriendo por las mismas cosas: la guerra, el abandono, la muerte. Seguimos amando, seguimos teniendo esperanza, seguimos queriendo dar vida. Por eso, no me interesa tener esa distancia del conservador de museo, en eso no estoy de acuerdo. Sin embargo, soy muy amigo de grandes musicólogos que me ayudan muchísimo, pero en el momento de crear y resucitar a un compositor escucho otros parámetros”.

–Un argentino descifrando y dando a conocer música europea antigua tiene que haber despertado cierto recelo. ¿Han sentido envidia por tu éxito?

No puedo negar que ha habido personas que consideran que vine a invadir un terreno que no me corresponde. Y tengo que recordarles que Barenboim, uno de los mejores wagnerianos, es argentino, y lo mismo pasa con Martha Argerich. Tuve que pagar un derecho de piso cuando una parte de la crítica no entendía por qué un chico venía a modernizar y a hacer más comprensible el lenguaje musical barroco. Yo lo que busco es que ese arte selecto sea popular y eso me hizo ganar enemigos al principio. Viví momentos difíciles en donde hubo personas que se opusieron a mi lenguaje estético solo por mi origen. No saben que no solo el arte es universal, sino que en nuestro país también existe una cultura musical absolutamente extraordinaria. Trato de recordarles que la primera transmisión radial que se hizo en la Argentina fue en 1920 con la ópera Parsifal de Wagner. Cuando uno explica eso en Europa, muchas personas no reaccionan de la mejor manera. Pero nunca me detuve mucho tiempo en eso.

Ginebra y La Cité Bleue

Junto a su esposa, la soprano Mariana Flores, y sus dos hijos, Francisco y Lucía, el director argentino ha hecho de la ciudad de Ginebra su hogar. Allí, en la frontera francesa, al lado de una montaña, viven en una antigua granja que reformaron y junto a la cual construyeron un estudio de grabación y lugar de residencia para artistas. Ese lugar, rodeado de campos y bosques, de alguna manera logra también conectarlo con su Argentina natal.

–¿Qué significa Ginebra para vos?

Después de Tolosa, en La Plata, Ginebra es mi segundo amor. Es el lugar donde me siento bien cuando llego de viaje. Allí nacieron nuestros hijos, dos chicos que conviven con la música de una manera absolutamente natural. Mezclan Beyoncé con Chopin y no saben cuál es antigua y cuál moderna. Como decía Borges, y yo pienso igual, Ginebra es el lugar más propicio para la felicidad. Es cierto que hay mucha calma, pero esa misma calma también da pie a la creación. Casi te diría que es el ideal utópico para una persona que viene de la Argentina, en donde uno no sabe qué va a pasar dentro de dos minutos.

Leonardo García Alarcón. La Cité Bleue
Leonardo García Alarcón. La Cité BleueGiulia Charbit – La Cité Bleue

“Yo igual sigo manteniendo esa fuerza del argentino que puede adaptar su metodología de acuerdo con lo que se enfrenta. Este es un lugar para poder concretar sueños porque un suizo no soporta lo que no está acabado. Pero, sobre todo, Ginebra es un lugar de naciones unidas. Mi teatro, La Cité Bleue, está justo en la Ciudad Universitaria, en la cual hay estudiantes de 150 nacionalidades diferentes. Todos conviviendo. Es un pequeño mundo soñado en el cual los lugares extremos se pueden reunir a dialogar”.

–Se cumplió un año de la apertura de La Cité Bleue, un teatro que estaba en tus sueños y que lograste concretar. ¿Qué balance hacés?

Abrimos algo que cambió el panorama de la ciudad. En Ginebra hay lugares específicos para escuchar un concierto o ver una ópera, pero con La Cité Bleue la gente descubrió que podía vivir una experiencia sensorial nueva. Gracias al sistema que tenemos, único en el mundo, podés cerrar los ojos y experimentar la acústica que existe en Notre Dame de París, pasar a la del Concertgebouw de Ámsterdam y luego a la del Teatro Colón de Buenos Aires. Yo sabía que este sistema electroacústico, desarrollado en Los Ángeles sería milagroso, pero no hasta este punto. Estamos logrando lo que Stockhausen predicaba en los años 70: romper la manera frontal de comunicar al público. El teatro nuestro es un octógono y los músicos pueden salir de cualquier lugar. Las fosas se mueven a diferentes niveles y eso no lo hace ningún otro teatro. Es una experiencia que va más allá del concierto tradicional.

–Imagino que recibís muchas propuestas de lugares prestigiosos, ¿podés compaginarlas con tu labor al frente de La Cité Bleue?

Ahora más que nunca estoy eligiendo lo que realmente quiero hacer y cuáles son las prioridades, tanto para mí como para Cappella Mediterránea. Nos estamos concentrando en lo que creamos para el teatro, para luego con esto, planificar una tournée. He tenido que renunciar a cosas que jamás hubiese imaginado que iba a decir que no, pero con La Cité Bleue tengo una nueva manera de medir el tiempo. Siento que ahora está floreciendo todo lo que tenía guardado en un cajoncito desde que llegué a Europa. Este teatro es un libro abierto, algo que me resulta a veces difícil de creer. De alguna manera pienso que este premio que me dan es para el Leonardo de antes del teatro, para todo lo que hizo con las orquestas, las óperas y los discos, y que ahora le sirve de estímulo para todo lo que va a realizar en este lugar.

Leonardo García Alarcón. La Cité Bleue
Leonardo García Alarcón. La Cité BleueLa Cité Bleue

–La restauración de La Cité Bleue fue posible gracias al aporte de una importante fundación. ¿Es primordial el mecenazgo para desarrollar las artes?

Últimamente he tomado más conciencia de los diferentes puntos de vista respecto al mecenazgo. En Europa, en donde las monarquías eran las que sostenían las artes, esto todavía no se ha solucionado. Personalmente admiro al sistema suizo, en el cual el Estado se compromete a ayudar a las manifestaciones artísticas populares, las que alcanzan a muchas personas, como por ejemplo los coros amateurs. Y en simultáneo están las fundaciones privadas que, recibiendo incentivos fiscales, pueden de esta manera ayudar a cantidad de proyectos artísticos. La gente dirá: es muy fácil, Suiza es un país muy rico. Yo les recuerdo que hace un siglo la Argentina era mucha más rica que Suiza, así que todo es relativo. Lo que sí está claro es que sin incentivos fiscales las empresas privadas no se comprometen a ayudar a las artes. También están quienes, como Calouste Gulbenkian, con su fundación en Lisboa, o Hans Wilsdorf, de la Fundación Rolex, han decidido que todo su dinero sea utilizado en las artes y la ciencia en el territorio que a ellos les dio todo. O lo que sucede en los Estados Unidos con todas las fundaciones que ayudan a las grandes universidades.

–¿Podrá pasar esto en la Argentina?

Hasta que no exista una verdadera Ley de Mecenazgo, la cultura no va a poder beneficiarse. Sueño que cada uno de los teatros italianos del interior de la Argentina, que son verdaderas joyas, puedan resucitar gracias a la ayuda de mecenas locales. Pero para eso tiene que haber una reforma tributaria que ayude. Y que, además, se cree un sistema de siete personas, que no necesariamente compartan ideología política, pero sí que busquen impulsar las artes y la ciencia para que la ayuda llegue de manera permanente y se pueda planificar a largo plazo.

La Argentina en su futuro

Si se piensa en lo alto que ha dejado el nombre de la Argentina, es difícil explicarse la poca presencia que Leonardo García Alarcón tiene dentro de la programación de las diferentes temporadas artísticas. Sus visitas serían una manera de que el público local fuese testigo de lo que sucede con su trabajo en Europa. Todo lo que ha logrado ha sido lejos de su país y el hecho de no poder disfrutar de sus propuestas crea una especie de vacío artístico.

–¿Es posible dar vuelta a esta situación?

No puedo dejar de soñar con reencuentros frecuentes con el público argentino y sé que éste también es el deseo de los músicos argentinos de mi orquesta. Estoy eternamente agradecido con el Mozarteum por haberme dado la oportunidad en 2017 de presentarme junto a Cappella Mediterránea en dos conciertos inolvidables. También con el Teatro Colón por haberme invitado en 2023 para hacer los Pecados capitales de Monteverdi. Pero quisiéramos ir mucho más y lograr un programa artístico a largo plazo. De la misma manera en que yo puedo ser artista asociado a la Fundación Calouste Gulbenkian o a la Ópera de París. Pudimos programar Las indias galantes con Brasil, pero lamentablemente no con la Argentina. Quiero volver para interpretar mi Pasión argentina.

–¿En qué consiste?

En 2022, en homenaje a Borges, escribí una Pasión sobre el Evangelio de Judas, un evangelio apócrifo encontrado en 1976. Principalmente lo que hice fue trabajar un material antiguo y volverlo contemporáneo. Es una obra coral que tiene su punto de partida con un Bach que está perdido en el Buenos Aires de 2027. Quiere entrar a la Catedral, pero no se lo permiten, entonces termina en el Café Tortoni, donde le ofrecen un bandoneón y allí comienza una historia fantástica donde Borges lo lleva a recorrer toda la historia de la música.

Fuente: La Nación