Lito Vitale apoya los codos sobre el respaldo alto de la silla de su estudio, mira a la fotógrafa y dice: “Uberto Sagramoso le sacó una foto a mi viejo, para una nota de la revista Expreso Imaginario, así como estoy ahora”.
Según el cálculo de Lito, eso era la primera mitad de los 80. Para este tiempo, sus padres, Rubens Vitale (Donvi, como se lo conocía) y Esther Soto daban una vuelta de página al proyecto M.I.A. ese colectivo musical independiente que habían fundado una década atrás, en tiempos de dictadura, con artistas muy jóvenes, de la edad de sus hijos Lito y Liliana.
Y Lito no tuvo tiempo para ser un adolescente que se revelara contra sus padres, simplemente porque ellos se revelaron antes que él. Lo que sí pudo hacer fue canalizar todo su talento musical en proyectos muy concretos. Desde los famosos tríos que integró y los músicos con los que se dio el gusto de tocar o incluso grabar, hasta sus propios grupos, proyectos musicales de todo tipo y los microprogramas de televisión (Ese amigo del alma o Anfitrión, con el que tendió lazos con todos los artistas posibles).
Ya con 15 años daba clases, trabajaba como sonidista y tocaba el piano como pocos. Desde mediados de los 80, la casona familiar de San Telmo -que fue sede de cientos de encuentros y grabaciones, porque allí tiene su estudio- mantiene una mística particular. Desde su luminoso patio central se puede espiar cada rincón. Apelar al realismo mágico sería una manera de pensar que desde alguna de esas habitaciones podrían aparecer Donvi o Esther. Porque desde la década pasada no están, pero, de algún modo, siguen estando.
-¿Por qué te quedó grabada la imagen de tu viejo, apoyado sobre el respaldo de la silla del estudio?
-Memoria selectiva. De muchas cosas me acuerdo, de muchas otras no. Me acuerdo de mi maestra Raquel, por ejemplo. Y hace un tiempo su hijo -ella falleció en 2022- se comunicó conmigo y me dijo que su familia me quería obsequiar un teclado que tenían [Lito tiene una buena colección de teclados clásicos]. Me emocionó el gesto.
-¿Por qué Raquel?
-Porque fue fundamental. Como yo no era buen alumno, solo me interesaba el piano, ella supo seducirme para que algo me interesara. Inclusive participé en la feria de ciencias de ese año. Mi vieja no podía creer que yo estuviera entusiasmado con el colegio. Eso fue obra, exclusivamente, de la señorita Raquel.
Seguir aprendiendo
¿Qué otras cosas te emocionan o interesan fuera del ámbito del piano?
-No muchas más, porque toda mi vida siempre estuvo muy relacionada con la música y el piano en particular. No fui buen alumno, no soy un gran lector de música, no soy un gran lector en general. Nunca aprendí inglés. Pero tuve la experiencia hace poco de los registros akáshicos, y de ahí surge lo necesario que sería aprenderlo porque hoy tengo mi actividad muy limitada.
-Un día compraste una casa, mudaste el estudio y luego lo volviste a traer todo a este lugar.
-Sí, en los 90 tuvimos mucho trabajo [el dúo con Juan Carlos Baglietto expandió su campo de acción, su repertorio y sumó nuevos discos] y compramos la casa de al lado, que fue importante para mí, para independizar mi trabajo en el estudio. Fue un aire que me tomaba. Mi papá murió en 2012 y mi mamá en 2018. Un día entré y la casa estaba toda en silencio, aunque con la presencia de ellos, en cada rincón. Y decidí que había que darle, de vuelta, acción a la casa.
-Y mudaste todo.
-En dos días. Lo hicimos con mis técnicos, con esos con los que trabajo hace 40 años y que hicieron el camino con mis viejos, y con gente especializada que llamamos. Porque para mover el piano o un Hammond se necesita gente que sepa hacerlo.
-Se podría pensar que es una manera de volver para atrás, en la vida de una persona que siempre va para adelante.
-Pero no lo tomo así. La que siempre manejaba la camioneta o el camión [cuando iban a dar shows en el interior del país, especialmente del dúo Baglietto-Vitale] era mi vieja. Y si se pasaba, hacía muchas maniobras locas, busca otro camino para llegar, pero nunca volvía para atrás. Claro que, a veces, es necesario retomar el camino. No tengo problema con eso. De alguna manera, este año, que sufrí temas de salud -problemas en un ojo y la operación de la mano derecha- dije: “Tengo que volver a tocar más música mía”. Porque me transformé en un arreglador y productor. Entonces me propuse hacer algo más mío, que es el trío con Victor Carrión y Mariano Delgado, que conocen el estilo y la manera de hacer música en trío porque escucharon todos los tríos anteriores desde que eran chicos. Todo eso no lo tomo como un volver sino con retomar algo de mi esencia. Y la esencia del trabajo que hice en algún momento con Jorge Cumbo, con Bernardo Baraj y Lucho González. Todo lo que vuelvo a rearmar tiene un valor agregado. No es un revival. Porque si hacemos un arreglo de “Merceditas”, siempre terminaríamos eligiendo el original.
-Vitale-Baraj-González tuvo un éxito inusual para la música instrumental. Antes habías incursionado en ese formato con Jorge Cumbo.
-Claro. Allá por el 82, con M.I.A. teníamos un espacio en el Teatro Santa María. Naturalmente, después se fue desmembrando, cuando vino la democracia, pero hasta entonces, más que algo musical, yo veo a M.I.A. como un espacio de resistencia. Hoy ese espacio podría ser FA! Obviamente, aquello era en época de dictadura y ese era un lugar para proponer sueños y planes cuando era muy difícil hacerlo. Como teníamos la concesión del teatro, además de tocar nosotros convocábamos a otros artistas. Yo comencé a tocar con Cumbo y con Lucho González por el trabajo que ellos ya venía haciendo. Y porque yo venía del mundo del rock pero se me había cruzado el mundo del folclore.
Libertad y desparpajo
-DBN acaba de editar en vinilo las grabaciones Ese amigo del alma y el primer disco de Vitale-Baraj-González. A 40 años, ¿cómo te escuchás hoy en esas grabaciones?
-Jóvenes. Yo tenía 22 o 23 años; Lucho, 35, y Bernardo, 37. A los 23 se toca con una libertad y un desparpajo que no lo tenés a los 63. Era una energía arrolladora.
-¿Que tenés ahora?
-Me siento seguro tocando, siento que aporto algo, que tengo ideas y sueños. Sigo siendo un militante de hacer música por hacer música, y no solamente por la guita. Trato de hacer proyectos que estén buenos y trato de venderlos para poder vivir de esto, pero nunca al revés.
-Tu papá era más extremo. Decía que el músico tenía que ganar dinero con otra cosa.
-Sí, eso era el extremo. Pero con el trío comenzamos a tocar de jueves a domingo. Muy naturalmente yo fui dejando mi trabajo como técnico de estudio, mi viejo tuvo menos alumnos, mi mamá dejó de dar clases en la facultad. Todo se dio naturalmente. Mi vieja fue siempre de buscar el trabajo. Yo heredé eso. Me gusta proponer, no espero que me llamen.
-Pero, a estas alturas, cuando hay que armar una producción musical, muchos dirán: “Llamemos a Vitale”.
-Sí, bueno, muchísimo, por suerte. Me llaman un montón. Pero, como este año tuve un cimbronazo de salud, tuvo que parar diez días, aunque no esté en mi naturaleza. Soy hiperactivo.
-¿Qué pasó en esos diez días?
-Vi películas, pensé mucho. Pero no la posibilidad de no volver a tocar después de la operación; eso no, porque soy optimista. Todo lo que sucede me parece buenísimo. A menos que sea algo grave, claro. Lo de la mano no me dio miedo, pero si hubiera quedado mal habría pensado en hacer arte de otra manera. Tocaré mejor con la mano izquierda.
-El concierto para la mano izquierda de Ravel, para empezar.
-Por ejemplo [se ríe]. Esta es una actividad que tiene que ver transmitir sensaciones, no con unas manos rápidas.
-¿Y cuándo se llega a comprender eso? Quizá no sea al principio de una carrera.
-Lo entendí luego de muchas conversaciones con mi viejo. A veces hay gente que me dice: “Che, maestro, cómo tocas”. Y yo siento que toco el 20 por ciento de lo que quisiera. Sería falsa modestia decir que toco como el orto. Tengo una impronta, tengo dos o tres particularidades que son mías. Muchas veces me han invitado para meter un piano en una grabación y cuando un productor me pide que cambie la manera, le digo que para eso tiene que llamar a otro. Además, hay otra cuestión.
-¿Cuál?
-Con Juan [Baglietto] somos muy parecidos. No necesitamos la cuestión del artista para subir al escenario. No tenemos que concentrarnos antes, ni que no nos hablen. Necesitamos el quilombo, los pibes alrededor, los sanguchitos. Salimos a tocar y conectamos. Para mí Juan canta cada vez mejor, pero no estudia, no vocaliza y no se cuida de la manera que lo hace un cantante de su magnitud vocal. Al tipo le sale. Le sigue saliendo a los 69 años. Entonces, esa impronta la tenemos los dos. Pero surge un interrogante: ¿si yo me hubiera nutrido de más conocimiento, sería un músico que me gustaría más que el que soy? ¿Sería un mejor orquestador? Por eso creo que hay algo bueno y malo en todo esto. Porque, además, soy mi peor enemigo.

-¿Y no hay una contradicción con esa persona que siempre va para adelante?
-Voy para delante con confianza. Pero podría ser mucho mejor. Está bueno superarse, está mal que nunca te conforme. Pero no me doy palos ni me deprimo. Pasa que algunos me pusieron el mote de “maestro” y yo no soy maestro de nada.
-Y los tríos siempre fueron los de Vitale.
-Pero yo nunca podría decir eso. Y jamás lo sentí, desde lo musical concretamente. En la creación artística siempre hay un equipo para que las cosas sean posibles.
-¿El proyecto colectivo es hereditario, verdad? Sé que impulsás un grupo de tecladistas.
-En realidad, un día me dijeron: ¿Cómo no estás en el grupo? Entré y sumé a otros de mi generación. Hoy somos como 400. Un día Daniel Godfrid propuso una juntada en Barracas. Se hizo y yo dije: “El año que viene nos juntamos en mi casa”. En la última pedimos permiso para cortar la calle. Buscamos un día, elegimos el 23 de mayo, que es la fecha de nacimiento de Robert Moog, el creador del sintetizador. Cuando nos juntamos prendo todo [los sintetizadores], vienen los pibes, hacen un gran quilombo, comemos pizzas.
Recuerdos de familia
-Te gusta ser el anfitrión, como lo fueron Donvi y Esther. Lo que nunca pudiste fue ser un adolescente rebelde.
-Eran dos zarpados. Nos llevaban, a mi hermana y a mí, al Di Tella, a ver 2001 odisea en el Espacio, a la presentación del disco Artaud [de Spinetta] o a ver a Color Humano. Y nos decían que escucháramos a Pink Floyd, a Manal y Almendra. Eran más rebeldes que nosotros. Y, por otro lado, a mí nunca me atrajo el reviente. Entré en la música de muy chico. Toqué con Spinetta a los 17. Cumplí los sueños a muy corta edad. Obviamente, en un momento necesité mi espacio y mudé el estudio. Lo estrené con el disco de los 40 años de rock.
-¿Te quedan cosas pendientes?
-Las cosas que van a venir. Tocar con Mollo, por ejemplo. Que nunca grabamos acá, pero en estos días va a venir por los discos de duetos que hace Jairo [la producción es de Vitale]. Yo siempre creo que el resultado es del conjunto. Cuando hicimos [el ciclo] Anfitrión, teníamos cinco grabaciones por semana con gente diferente. Si vos propusiste algo y se dio fue porque hay algo que el artista necesitó conectar.
-¿Por qué hace un rato conectaste a M.I.A. con el proyecto FA!, de Mex Urtizberea?
– La época es totalmente distinta, aunque pasan otras cosas hoy por las que se pueden conectar. Creo que FA! es un fenómeno no marketinero que se da por una necesidad natural, del momento que estamos viviendo. Creo que tiene un halo y que no funcionaría con lo que no esté en sincro con un pensamiento social. Y se transformó en algo enorme.
-Enorme como tu agenda, supongo. ¿Qué viene después de la reedición en vinilo que hace DBN de dos de tus discos?
-Terminamos con los shows de Hilda canta Charly. Con Juan cumplimos 35 años de trabajo. Las bodas de coral. Vamos a grabar un nuevo disco y tenemos para diciembre cuatro funciones en La Trastienda y una en el teatro El Círculo, de Rosario. También un espectáculo con Patricia Sosa, en el Auditorio de Belgrano, que hicimos en el interior, pero nunca en Buenos Aires.
-No hablás inglés, solo castellano. Pero lenguajes musicales, un montón. ¿Hay uno con el que te sientas más cómodo?
-No tiene que ver con eso, sino con el dramatismo. Hay una impronta pomposa y dramática. Ahí estoy yo. “El blues de la artillería” [Tema de los Redonditos de Ricota donde participó Lito] tiene un dramatismo que es mío.
Fuente: Mauro Apicella, La Nación

