“Peter Deantoni es ROCK”, escribe el productor Carlos Rodríguez Ares en el prólogo de De la A la Z, libro que publicó el sello Editoriales Autores de Argentina. En sus 200 páginas, Deantoni, un histórico manager recorre la historia de la música popular: anécdotas con Frank Sinatra, Mercedes Sosa, B.B. King, Sandro, Gustavo Cerati y tantísimos otras leyendas. Se trata de un libro para mirar de cerca cómo se cocinaba esa música magnética que se resiste a morir.
“A él, nadie tiene que contarle ninguna historia —continúa Rodríguez Ares—, pues la vivió por dentro. Desde que vio a Elvis con su mamá en un cine de barrio en los 60, para luego convertirse en un trabajador incansable que Pappo, Miguel Abuelo, Frank Sinatra y tantos pero tantos otros aprovecharon, hoy escribe este libro que sólo él puede escribir”. Además de las anécdotas narrados por Deantoni, participan otras plumas como Andrés Calamaro, Richard Coleman, Mundy Epifanio y Olga Gatti.
A continuación, Infobae Cultura publica algunos fragmentos de estas anécdotas, como para que el lector pueda echar un vistazo al libro y entender desde qué lugar habla su autor.
Norberto Napolitano, «Pappo» (1950-2005)
“Con Pappo estábamos radicados en Los Ángeles, y al poco tiempo llegaron los Fabulosos Cadillacs para realizar una serie de shows. Ellos eran un montón todavía estaban entre sus filas Luciano que había tenido problemas con las drogas, el Tirri que era familiar de Marcelo Tinelli y Sergio Rotman. Nosotros estábamos regresando de las oficinas de Tomás Cookman, el promotor que los contrató, y pasamos por la puerta de la habitación de ellos para saludarlos y los vimos a todos juntos tomando mate en ronda. Parecían aburridos. Una imagen distinta que contrastaba con la energía que transmitían en los escenarios. Creo que en esa época tampoco hablaban inglés. La cosa que Pappo ve esa situación y les dice: ‘Ustedes con esa cara de boludos no van a coger nunca acá’. Los mató”.
Gustavo Cerati (1959-2014)
“Con Gustavo Cerati trabajé a comienzos del año 2000. El nuevo milenio lo encontró realizando su primera gira por Estados Unidos, con el disco Bocanada, editado por Sony Music y prensado por pedido de él en Los Ángeles dónde yo estaba viviendo. Gustavo llegó a California con todo su séquito compuesto por Leo García, Martín Carrizo, Flavio Etcheto y Fernando Nalé. Los recibí en mi casa, les preparé un salmón a la parrilla y nos metimos a la pileta para relajarnos un poco. Después los llevé a conocer a unos amigos y se fue con Flavio de DJ a una fiesta en un edificio en pleno downtown. Nosotros al otro día salíamos para la carretera y pensé que lo había perdido para siempre pero llegó justo para salir. Un pro total. Para sorpresa de Gustavo le conseguí el micro de los Red Hot Chili Peppers que su dueño alquilaba cuando el grupo de Anthony Kiedis no lo usaba. Se trataba de una verdadera nave terrestre que contenía un mini bar, cuchetas con pantallas individuales, un espacio para comer, un living con sillones y una pantalla gigante simulando un cine. Pero la particularidad del bus era que en su parte trasera contaba con una suite que contenía una súper cama que al levantarse se convertía en un jacuzzi. El artista podía terminar de tocar y meterse en el jacuzzi, a escuchar un CD o a mirar una película en el DVD player, mientras nos desplazábamos por las rutas norteamericanas.
Hicimos over a aboard en territorio mejicano, específicamente en Tijuana, frente al reducto histórico llamado Palacio Jai Alai dónde alguna vez se presentó Pappo pero también Ratones Paranoicos y Celeste Carballo, entre tantos otros artistas argentinos que levantaba o llevaba para México. Realizamos nuestra primera parada, a diez minutos de la aduana, una fría noche de invierno boreal, sobre la costa oeste en un recinto conocido bajo el nombre Over the Border, algo así como “Cruzando la frontera”, en San Isidro, California. El dueño del lugar tenía una conducta muy particular para pagarnos el show. Martín, (falta apellido), no te daba el dinero en la mano, sino que te revoleaba los fajos de dólares al cuerpo. Siempre tenía listo el dinero, antes de bajar del micro, combi o camioneta, el tipo me tiraba la guita encima. Lo bueno de atajar billetes era que al pasar por el lugar ya cobrabas por el show. Delicatesen total. Gustavo dio un show en un lugar muy chico (al estilo Makena) pero fiel a su estilo desplegó todos sus equipos de luces lo cual tuvimos que trabajar muchísimo para meter todo eso en un reducto tan pequeño. Para él era una condición necesaria viajar con todo su staff y sus equipos porque si no se enojaba mucho si el espectáculo no era como los de Buenos Aires. De ahí nos fuimos a Anaheim, a un lugar llamado JC Fandango, un clásico de rock en español, dónde brindó un show terrible. Ahora que recuerdo este lugar era el mismísimo Disneylandia, aunque pensándolo bien, para el rock latino, todo el territorio norteamericano es Disneylandia”.
Keith Richards (REUTERS/Toby Melville)
“La primera vez que vi a Keith Richards fue hace muchísimos años. Yo estaba en Los Ángeles porque había ido a hacer la gestión para Grinbank, y pude viajar gracias a la visa que me consiguió Sinatra cuando estuvo en el país. Era una visa múltiple de negocios, entradas y salidas indefinidas, sin extensión que se la había pedido al mismísimo Frank y por los contactos que tenía seguro que nadie le chistó una negativa. El tipo era muy groso, estaba ligado a la mafia en todo el mundo y tenía teléfono directo con el presidente norteamericano Ronald Reagan.
Yo viajé para contratar a los Rolling Stones, y me estaba quedando en la casa del manager de Billy Preston que para esa época era el organista de la banda de los Stones. El tipo vivía en Venice, uno de los lugares más lindo de la costa oeste, dónde también vivió Jim Morrison. El que pateaba la calle allá fue la “Bruja” Suarez, que fue el armonicista de Charly y que lleva mucho tiempo viviendo afuera. Un día me dijo: “Bobby Keys me invitó para verlo en un boliche llamado Palomino”. Bobby era amigo e invitado de una banda que se llamaba The Planets, un grupo de origen texano. No era una invitación para despreciar así que marchamos directo para el boliche.
Lo que yo no sabía es que gracias a su amistad con Bobby, Bruja conoció a Keith Richards. Por lo tanto, cuando llegamos al boliche, Keith lo saludó muy ameno y luego me saludó a mí. No lo podía creer, era el mismísimo Keith Richards en persona. Recuerdo que Bruja me dijo: “Viste qué macanudo”. En un momento del show, Keith subió al escenario y le alcanzaron una guitarra para deleitarnos con su música. Fue la primera vez que vi tocar a un Rolling Stone en vivo. Año 1981.
Años después, fui a Connecticut para ver si me lo encontraba. Me quedé dos días, fui a comer al mismo restaurante que él, me senté en su mesa y los mozos me contaron varias historias pero él nunca apareció”.
Mercedes Sosa (1935-2009)
“A Mercedes Sosa no le gustaba viajar en avión así que tratábamos de realizar el recorrido en auto el mayor tramo posible. Yo manejaba su coche, un Renault importado que parecía un torpedo. En una oportunidad, nos fuimos hasta Ushuaia y realizábamos varias paradas sobre todo para comer y para dormir. En una de las paradas enfilamos para un restaurante que estaba sobre la ruta. Yo bajaba con el dinero en la mano, pero ella me detuvo y me dijo: “Guardá la plata que la vamos a necesitar para comprar otras cosas”. Como Mercedes, tenía mucha experiencia y picardía, todos le seguimos la corriente. Entonces, la negra ingresó cantando al restaurante y nos trataron como reyes sin poner un mango.
En otra oportunidad, tuvimos un imprevisto con el baño de un lugar por la zona oeste. Resulta que teníamos un show en un cine que se habilitaba como teatro para recitales. La negra me confiesa que tenía ganas de orinar pero el lugar tenía un solo baño y teníamos que cruzar todo el escenario y después todo el público para llegar. Como una solución viable, me acerco a una persona del lugar y le pregunto si me puede pasar un balde que teníamos una urgencia. No teníamos otra solución y el show estaba por comenzar, así que Mercedes tuvo que orinar en un balde y salir a las apuradas para el escenario”.
Atahualpa Yupanqui (1908-1992)
“Tengo una anécdota muy buena con Atahualpa Yupanqui en Francia. La primera vez que trabajé con él, fuimos hasta Paris para realizar un solo show. Yo no manejaba el idioma francés pero a Mercedes Sosa, le pareció una buena idea que acompañe a “Don Ata” así que me subí al avión rumbo al viejo continente. En el viaje, me contó que hacía tiempo que estaba radicado en Francia pero que iba y venía a Buenos Aires por trabajo. Al finalizar el show, se me acerca alguien del teatro y me dice que entre el público está el Agregado Cultural de la Embajada Argentina y que quería saludarlo. Por supuesto que dejo pasar al tipo y cae con toda la familia para sacarse fotos y llevarse autógrafos. Un pesado total. Antes de retirarse nos invita a un asado en la Embajada lo cual Atahualpa aceptó encantado.
El embajador nos mandó un auto particular y partimos rumbo a la Embajada dónde nos esperaban más o menos 70 personas. Era la primera vez que laburaba con “Don Ata” y no podía creer la paciencia que tenía este buen hombre porque ni bien llegamos se le acercaron todos los presentes para saludarlo y sacarse fotos. Un divino. Fuimos para la mesa y me dice: ‘Siéntese acá, al lado mío, por lo menos tengo cubierto un lado’. Un pillo, el viejo. La tenía re clara porque lo estaban bombardeando de todos lados. Después de la carne y los cafés pasamos a la sobremesa, y apareció una guitarra que fue a parar a las manos de Atahualpa. El viejo la toca un poco y la afina. Todos estábamos esperando que arranque con ‘una que sepamos todos’ pero la devolvió. ‘Hermosa guitarra’, —dijo— ‘Muy linda. Conozco al luthier argentino que las hace’ y se despachó con una historia para entretener a los presentes. Alguien no quedó conforme con la actitud del viejo y le pidió que se toque algo. Atahualpa, preguntó:
—¿M’ hijo usted que hace para vivir?
—Hago zapatos.
—Bueno, hágame un par y yo le toco algo—, sentenció el viejo.
Estuvimos un rato escuchando anécdotas y nos fuimos del lugar. Por supuesto que el viejo se fue sin tocar una sola nota. En el auto que nos llevaba de regreso al hotel, “Don Ata” me dice: ‘Este tipo pretendía que toque gratis. Soy comunista, no pelotudo’”.
Fuente: Infobae