La fachada de la casona de 1927 en el pasaje entre Santa Fé y Güemes
Carlos Sosto en su templo italiano del Botánico. Allí, antes de preguntar qué se podía comer, los clientes ya se encontraban con un desfile de platos en su mesa. Los precios también eran una sorpresa: en la época dorada del local, la cuenta llegaba en un papel, escrita con birome, con un número improvisado por Sosto.