Bailar sobre hielo: la alianza rusa entre el universo de la danza y el del patinaje

Los bailarines ingresan a la escuela de la compañía a los 13 años y egresan a los 18. Creado hace más de 50 años, el Ballet Estatal de San Petersburgo sobre Hielo es el único de su tipo; presenta El lago de los cisnes, en el Auditorio de Belgrano

El mundo del espectáculo suele ingeniárselas para presentar propuestas de mixturas de lenguaje que derriban fronteras, prejuicios. En 1967, en pleno festejo de los 50 años de la revolución que encabezó Lenin, a unos señores de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, se les ocurrió fusionar dos valores constitutivos de la entidad de esa enorme nación: el arte y el deporte. Más específicamente, se propusieron tender un puente entre el ballet clásico y el patinaje artístico sobre hielo, dos disciplinas en las que los rusos fueron y son potencia mundial. Hombres de palabra, reunieron referentes de cada uno de estos mundos y crearon dos compañías de ballet clásico sobre hielo. Una en Moscú, metrópolis en donde está el Teatro Bolshoi, y la otra en San Petersburgo, en donde está el Teatro Mariinski. O sea, estos dos cuerpos estables nacieron en tierras en las que viven las dos grandes compañías que siempre están en la disputa interna luchando por el prestigio y la preservación de las fórmulas más tradicionales de su arte.

Cuenta la historia, o la historia contada por Mikhail Kaminov, excampeón europeo de danza sobre hielo en parejas y quien desde 1999 se desempeña como director general del Ballet Estatal de San Petersburgo sobre Hielo, que con el tiempo la compañía moscovita empezó a poner puestas contemporáneas en busca de otro tipo de show, tal vez en la línea de Holiday on Ice, esa compañía norteamericana que tantas veces pasó por Buenos Aires. «La única compañía realmente clásica en el mundo es esta», apunta, casi con cierto orgullo. Desde hace más de 50 años, entonces, llevan a escena, a una escena de piso congelado, los grandes títulos del ballet clásico con sus trajes originales y con telones escenográficos realizados por artistas rusos. Su repertorio abarca versiones de El CascanuecesLa bella durmienteRomeo y JulietaLa cenicienta y El lago de los cisnes. Esta última producción con música de Tchaikovsky es la misma que días atrás presentaron en Lima, la misma que ahora está en Rosario, que luego irá a la ciudad de Santa Fe y que entre el jueves y el sábado podrá verse en el Auditorio de Belgrano.

«La idea principal siempre fue llevar obras queridas y conocidas para el público a un escenario cubierto de hielo -explica el director general de esta compañía-. En Rusia, el público siempre nos recibe con mucha gratitud, hay gente que se sigue acercando al escenario para ver si es hielo de verdad. Siempre agotamos entradas con muchísima anticipación».

El lago de los cisnes, según la versión de este ballet estable sobre la partitura de Tchaikovsky, respeta los nudos de la trama original, como la marcación coreográfica de esta historia tantas veces narrada aun por las figuras claves en la historia del ballet. Claro, no hay zapatillas de punta. Acá, los 30 bailarines están con sus botas con cuchilla. Lo cual, por lo pronto, hace que el desplazamiento sea radicalmente otro. Para el que no tiene experiencia en este tipo de propuestas al principio el combo puede generar sensaciones de extranjería, de cierta rareza que la misma propuesta naturaliza. A lo largo de las casi dos horas del espectáculo aparecen trucos del patinaje artístico impensables para un escenario de madera con bailarines tradicionales. A juzgar por el resultado, aquella idea gestada en 1967 fue dando buenos frutos. Ya llevan más de 5000 funciones en todas partes del mundo. Acá, en Lima, hacen las funciones frente a un público de edad avanzada junto a niños que disfrutan cada escena celebrándola con aplausos constantes.

El encargado de darle cuerpo a este tipo de versiones es Konstantin Rassadin, bailarín que formó parte del Ballet Kirov. Luego de haber compartido escenarios con Rudolf Nureyev y Mihkahil Barishnikov dedicó su vida a la formación de talentos jóvenes. Rassadin fue galardonado con el título Artista Emérito de Rusia, el máximo reconocimiento que otorga aquel país a sus artistas. Él fue y es figura capital en este entrecruzamiento de dos disciplinas, el patinaje artístico y el ballet clásico, en el que niños y niñas comienzan a formarse cuando rondan los 7 años. «En nuestro caso optamos por chicos y chicas de entre 13 y 14 años con experiencias en patinaje sobre hielo, que seleccionamos en las escuelas de patín. Los elegidos por los directores artísticos y deportivos de nuestra compañía permanecen en la escuela hasta los 17 años. De ahí pasan al Ballet Estatal», cuenta Kaminov a LA NACION. La edad promedio de la compañía, que integran unos 50 bailarines, es de 22 a 23 años. «Aunque en este montaje tenemos un solista, Danil Vedernikov, que lleva 25 años en la compañía y que ha hecho todos los roles posibles», agrega. El Ballet Estatal de San Petersburgo sobre Hielo está sostenido con dineros públicos. A diferencia del pasado, en el que dependían exclusivamente del dinero estatal, ahora deben generar recursos para ayudarse a financiarse. La gira forma parte de ese engranaje.

Disciplina artística y deporte, la fórmula de la propuesta
Disciplina artística y deporte, la fórmula de la propuesta

A lo largo de estos años el grupo no pierde vínculos con las compañías clásicas del ballet ni con las figuras más destacadas del patinaje. «Nos visitamos mutuamente. Rassadin fue solista del Teatro Mariinski y el vínculo con esa compañía es permanente. Hace cosa de un mes hubo un forum de la cultura rusa del cual participaron los grandes artistas actuales y uno de los platos fuertes fue la presentación de nuestra compañía. La gente de la clásica viene a vernos y les resulta muy atractivo ver cómo esa misma coreografía que ellos conocen a la perfección adquiere otras velocidades en sus desplazamientos», agrega.

En este puente entre una disciplina deportiva y una artística hay otro elemento mutante fundamental: el hielo. En medio de las dos funciones diarias que realizan en Lima, los bailarines tienen su descanso. Claro que, como en todo, hay un lado B. En ese momento, quien entra en acción es Anatoli Bogomolov, el director técnico, el hombre del hielo. Ya no hay príncipes ni princesas ni cisnes ni malvados ni hechizos. Hay operarios de la sala que nivelan las huellas que dejaron las cuchillas sobre el hielo. Para crear esta capa primero se impermeabiliza el escenario, se coloca un aislante térmico y sobre él se distribuyen cinco kilómetros de mangueras que cubren la superficie. La manguera está conectada a una gran máquina que, en el caso de la sala limeña, está fuera del teatro. La maquinaria es la que hace que por esos caños el líquido llegue -12° y -15°C. Con ayuda de agua, va tomando cuerpo el piso por el cual se desplazan los bailarines. «Hemos realizado giras por Europa, Asia y América y nunca tuvimos problemas. Siempre que he estado yo hubo hielo», apunta Bogomolov, el Señor del Hielo de la compañía. Eso sí: hubo algún que otro inconveniente. Hace unos años, en 2005, cuando no contaban con la tecnología actual, hicieron unas presentaciones en un teatro de Bogotá ubicado en la zona histórica. El camión en el cual iba la gran máquina no podía doblar en las esquinas por falta de espacio. Fue entonces cuando Alex González, el productor de giras, tomó una decisión drástica: contrató un helicóptero que transportó por el aire la pesada maquinaria. En estos momentos hay tres de esos aparatos dando vueltas por Sudamérica. Es parte fundamental de este entramado que se mueve por las aguas del ballet clásico y por el patinaje artístico sobre hielo. O sea, dicho de otro modo, para que el Tchaikovsky On the Rocks despliegue su magia.

Los números de un ballet singular

5000

Las funciones realizadas

5

Los títulos del repertorio

30

Los bailarines en escena de El lago de los cisnes

22-23

La edad promedio de los bailarines

El lago de los cisnes

Auditorio de Belgrano, Virrey Loreto 2348

Funciones, jueves, a las 21; viernes y sábado, a las 18 y a las 21.

Fuente: Alejandro Cruz, La Nación