Aguará guazú. Lo rescataron, lo liberaron, estuvo perdido 3 años y reapareció con una sorpresa

Ocurrió luego de una noche de fuertes lluvias en la localidad rural de Virasoro, en la provincia de Corrientes. Como todas las mañanas, una familia de la zona salió a recorrer el campo para chequear que todo estuviera en orden.

Casi al finalizar el trayecto programado, sobre unas matas de pasto seco encontraron a una cría macho de Aguará Guazú al que le calcularon un mes de vida . Era sumamente pequeño y todavía conservaba el pelaje negro, típico de los cachorros de la especie cuando nacen. Estaba completamente solo, sin rastros de su madre en las cercanías. Probablemente allí se había refugiado de la inundación que se había producido la noche anterior .

La familia decidió entonces ayudar al animal y lo llevó a la casa, donde se crió junto a los perros de la estancia en una convivencia imperceptible a la diferencia de especies. Pero luego de unos meses, decidieron que lo mejor era comunicarse con la dirección de Fauna de la Provincia de Corrientes para que el Aguará Guazú pudiera recibir la ayuda necesaria y, quizás, ser reinsertado en su hábitat natural. El rescate se realizó sin problemas y el animal fue trasladado al Centro de Rescate que la Fundación Rewilding Argentina posee en San Cayetano, también provincia de Corrientes.

Durante su paso por el Centro de Rescate, Nambí, como fue bautizado debido a sus grandes orejas, se adaptó sin mayores complicaciones a su nuevo espacio. Al comienzo, costó un poco el proceso de adaptación a una dieta adecuada. Estos animales naturalmente se alimentan de frutos y raíces y captura pequeños mamíferos, aves y anfibios. Por eso era fundamental ofrecer una alimentación adecuada y evitar que consumiera mucha carne, a lo que estaba acostumbrado.

Luego del chequeo obligatorio de cuarentena, Nambí fue trasladado a San Alonso donde pasaría un tiempo en un corral de presuelta con el objetivo de comenzar a adaptarlo a la vida en la naturaleza . También era necesario esperar que alcanzara el tamaño adulto para poder colocarle un collar de rastreo que permitiría, luego, monitorearlo en libertad.

Durante ese período, aprendió a comer frutos nativos, a cazar pequeñas presas y a perder la confianza con los humanos. Finalmente, en junio de 2016 Nambí fue liberado en el Parque Nacional Iberá. Durante los primeros días, el macho se movía en un rango de unos 8-10 km, tanto hacia el norte como hacia el sur de la Isla de San Alonso. De hecho, era bastante fácil de encontrar y seguir su rastro, gracias al equipo de telemetría. «Durante las semanas siguientes pudimos inferir sus movimientos y hasta tuvimos varios encuentros con él. Su adaptación parecía ser un hecho. Pero en el mes de septiembre de ese mismo año dejamos de escuchar su señal. Las búsquedas a caballo, en lancha o avioneta fueron infructuosas. Nambí había desaparecido «, explicó Augusto Distel, Coordinador en proyectos de reintroducción en Rincón del Socorro.

Un colmillo con esperanza

Fueron más de tres años de desconcierto e incertidumbre para los rescatistas, cuidadores y expertos en la especie. Nambí simplemente había desaparecido. Hasta el mes pasado, cuando las cámaras trampas instaladas en Rincón del Socorro registraron un aguará guazú . Lo más llamativo es que portaba un radio collar. «Luego de analizar cuidadosamente las imágenes, pudimos determinar, gracias al colmillo inferior derecho que sobresalía, que se trataba efectivamente de Nambí. Sabíamos que todos los individuos de esta especie con este sistema de seguimiento habían sido liberados en la Isla San Alonso, y por ello Nambí debió recorrer al menos 50 km -y hasta un máximo de 300 km si rodeó la zona de esteros- desde su lugar de liberación», aseguró Distel.

Fue el colmillo de Nambí lo que permitió identificarlo . Se desconoce si es de nacimiento o por alguna lesión de muy pequeño, pero lo cierto es que el colmillo inferior derecho hacia afuera y que se ve incluso con la boca cerrada, fue la marca que ayudó a identificarlo cuando reapareció en las cámaras trampas de Socorro.

Y la alegría por la reaparición del animal fue doble cuando, también gracias a las imágenes, se pudo conocer que una hembra de aguará guazú acompaña ahora a Nambí . Los aguará guazú forman pareja pero no son monógamos, es decir, pueden tener una pareja estable para toda la vida o intercambiarla. Incluso se han registrado machos con varias hembras. Esto varía por varias razones, una de ellas es el territorio como también la disponibilidad de comida dentro del mismo. Es decir, los machos tienen un territorio más estricto que «patrullan» y delimitan con orina, heces y vocalizaciones de advertencia a otros machos. Mientras tanto las hembras tienen su territorio dentro del área del macho y éstas no invierten tanto tiempo en marcaje ni en cuidar su área de acción ya que de eso se encarga el macho. Por lo tanto, las hembras pueden ir a varios territorios de otros machos y dentro del territorio del macho entrar varias hembras. Todo esto está condicionado por la disponibilidad de agua, alimento y ambiente propicio tanto para la crianza de cachorros como para la caza. Hay casos de parejas de aguará guazú estables y parejas que van intercambiando de individuos o que pueden estar con varias hembras a la vez o incluso varios machos. También se han registrado casos en los que cachorros de camadas anteriores ayudan en la crianza de nuevos cachorros.

«Que haya estado sin señal durante este tiempo es normal….. Iberá es demasiado grande y, sin saber en qué zona podía encontrarse Nambí, era imposible trazar un plan de vuelo que recorriera toda la zona para hacer una prospección aérea. Eso se podía hacer sin problema cuando desaparecía por una o dos semanas porque el rango de movimiento del animal no era demasiado grande. De hecho, fueron varias las veces que se pudo ubicar desde el avión, incluso fuera de la isla. Ahora que está establecido en Socorro, con una hembra, será más fácil ubicarlo gracias a las cámaras trampa que el equipo coloca en esa zona «, concluye con entusiasmo Rafael Abuin, responsable de monitoreo de fauna.

Fuente: Jimena Barrionuevo, La Nación