Desde 1943: el bodegón que le devolvió la memoria a un barrio porteño y esconde un secreto bien guardado

La intención original fue reacondicionar un viejo café para instalarlo como un restaurante moderno, pero fueron los vecinos quienes marcaron la identidad del lugar

En una esquina, a una cuadra del Parque Avellaneda, se levanta un edificio que desde 1943 mantiene una misma esencia: es el punto de encuentro para quienes buscan una mesa amigable, donde poder conversar compartiendo un vermut al caer la tarde o comer un plato simple pero bien sabroso.

Olivera
OliveraGentileza

Un rincón de Buenos Aires

El local abrió sus puertas por primera vez el siglo pasado, como un cafetín de inmigrantes españoles, bajo el nombre de Café del Sol. También funcionaba como una proveeduría donde se vendía vino en barricas, que se guardaban en un depósito ubicado en el sótano. Para bajar los pesados toneles se usaban unas sogas y un sistema de roldanas que colgaban de un gancho fijado en el techo que todavía permanece ahí, como recuerdo del pasado.

Olivera
OliveraGentileza

En los años 70, el local fue adquirido por un nuevo propietario, conocido como “El Tano”, incorporó minutas a la oferta gastronómica y reforzó su carácter de comedor barrial. El tiempo hizo el resto y las citas en el cafetín se volvieron costumbre para los vecinos del barrio.

En 2022, Cristian Díaz Gattuso, que trabajaba a pocas cuadras de allí, en el restarurante Yiyo, el zeneize que regenteaba junto con un socio, descubrió la esquina de Olivera y se enamoró.

El lugar era administrado por una vecina del barrio y el empresario advirtió que no mostraba un concepto claro ni brindaba una propuesta singular. Al verle potencial para transformarlo en algo más grande y atractivo, Cristian se acercó a conversar con la mujer, le dejó su número y le pidió que lo llamara si alguna vez pensaba en vender el fondo de comercio. Para su asombro, apenas tres días después recibió la llamada y la idea pasó al plano de la realidad. En pocos meses concretó la compra y comenzó la remodelación del local que conservaba el aspecto de un viejo almacén.

Cristian Gatusso
Cristian GatussoGentileza

A partir de allí empezó un trabajo intenso para transformar aquel local que necesitaba muchísimas refacciones en un bodegón que recibe a los comensales entre sus paredes coloridas y piezas de colección.

El 14 de octubre de 2022 abrió Olivera, el bodegón, nombre sencillo en honor a la plaza Domingo Olivera. “La mayoría desconoce que la Capital tiene una zona oeste; muchos creen que el oeste empieza en Ramos Mejía. Pero Parque Avellaneda conserva algo único: casas bajas, cielo despejado sin torres que lo tapen, plazas y el enorme pulmón verde del parque. Acá nomás está la Feria de Mataderos, y hay un montón de propuestas culturales increíbles”, resalta el impulsor de Olivera, decidido a que los porteños amplíen su mapa gastronómico más allá de los circuitos tradicionales, y agrega: “Parque Avellaneda es un barrio donde todavía se ve el cielo, un lugar sin torres que lo oculten, con plazas y con un parque que funciona como pulmón y memoria.”

La esquina que le da movimiento a Parque Avellaneda
La esquina que le da movimiento a Parque Avellaneda

El secreto bien guardado, que el barrio conoce

En la carta de Olivera prevalece la cocina porteña: empanadas fritas de mondongo, carne cortada a cuchillo o pollo; bocadillos de acelga; pastas artesanales servidas en canastas de pan; cazuelas de barro para los días fríos; milanesas con montañas de papas fritas y parrilladas presentadas en braseros heredados. El postre propone un cierre clásico: flan casero, tiramisú de la abuela o panqueques flambeados.

Olivera
OliveraGentileza
Minutas al estilo bodegón en Olivera
Minutas al estilo bodegón en OliveraGentileza

Pero fuera de carta hay más: el sótano. Cuando lo descubrió había sido depósito de barricas, estaba en ruinas. Cristian intuyó que podía convertirlo en algo especial. Mientras lo restauraba, encontró la inspiración en el tango y en la historia del barrio. “El año pasado me mudé con mi familia a esta zona, a media cuadra del parque. Es increíble porque Olivera está a siete cuadras de la casa de mis abuelos, donde nació mi mamá y nací yo. Es como dice La Renga: el final es donde partí.”

El nombre surgió de manera inesperada: al mirar una partitura original encontró la palabra “Populacha”, título de un tango de los años 30, y supo que era el indicado.

“Al principio no sabía bien hacia dónde llevar el bar ni qué estilo darle. Incluso pensé en armar una mini carnicería en homenaje a mi abuelo, que fue carnicero. Pero todo cambió cuando conocí a una vecina, Betty, que vivía justo enfrente de Olivera. Un día, charlando con ella, me contó la historia de su marido, Emilio Santa Valla, un infectólogo destacado que también fue un gran aficionado del tango, fanático de Ignacio Corsini y coleccionista de objetos relacionados con esa época.”

Atmósfera ciento por ciento tanguera en Populacha
Atmósfera ciento por ciento tanguera en PopulachaGentileza

Cristian recuerda: “Le pregunté si tenía guardadas todas esas cosas y me dijo que sí, aunque no sabía qué hacer con ellas. Le pedí que me las mostrara y crucé con ella la casa para verlas. Me quedé casi quince minutos mirando fotos, partituras antiguas, libros inéditos de hace más de cincuenta años, discos y hasta una vitrola original de los años 20. Ella me dijo que si me interesaban, me los podía donar. No podía creer cómo la vida me había puesto en el camino ese tesoro. Para mí fue una gran responsabilidad y un honor recibir todo eso, y decidí que el homenaje a Emilio sería la esencia del bar.”

Populacha, un bar museo bajo la mirada de Tita Merello
Populacha, un bar museo bajo la mirada de Tita MerelloGentileza

La colección de Emilio, sumada a objetos de amigos y colegas, definió la identidad de Populacha: partituras de piano con noventa años, imágenes de Ignacio Corsini, un bandoneón que tocó Aníbal Troilo mientras Roberto Goyeneche cantaba. El techo rinde homenaje a mujeres icónicas: Tita Merello, Eva Perón actriz, Isabel Sarli y Moria Casán en sus primeros años.

“Eso me ayudó a definir la temática del lugar y a conectarlo con la cultura porteña, que también me apasiona. Poco a poco, la colección fue creciendo y así Populacha se convirtió en un bar-museo, un espacio cultural 100% argentino y porteño. En Populacha, mientras esperás tu trago, podés hojear libros antiguos de tango, ver fotos de Corsini, partituras centenarias y el bandoneón que, dicen, tocó Troilo. Todo esto me permitió unir mi amor por el tango, la historia y el barrio con un proyecto que es también mi vida familiar.”

Fuente: Daniela Chueke Perles, La Nación