Cruzar la puerta vaivén del bar El Progreso es volver a 1942 y respirar la nostalgia del pasado. Es que con su mística porteña, el café transporta al que lo visita a una Buenos Aires más barrial, más melancólica y en la que se escuchó mucho tango. Ubicado en la emblemática esquina de California y Montes de Oca, el edificio fue construido en 1911 por los arquitectos franceses Vicente Colmegna y Emilio Hugue, que también fueron creadores de la sucursal de Barracas del Banco de la Nación a pocos metros del bar.
María Licinia Tomás, su marido Aureliano Moreno y su pequeño hijo César Moreno Tomás migraron desde Asturias, España, específicamente de la zona de Villaviciosa, entre el mar Cantábrico y la Cordillera de Sueve. Cuenta la historia que los tíos de César -ya establecidos en Buenos Aires-, fueron los que alentaron a que la familia apueste por la Argentina.
Al poco tiempo de llegar, adquirieron el bar El Progreso, que pertenecía al futbolista Aldo Ottaggio. Funcionaba con ese nombre hace unos cuantos años ya y algunos historiadores afirman que podría representar una época signada por anhelos de prosperidad.
Al consultarle a César Moreno, hoy heredero del bar de sus padres, si sabía el por qué del nombre, respondió que desconocía la razón, pero que, con su historia familiar y el correr de los años, pudo darle su propio significado: “Tuvo que ver con el progreso de mis padres. Ellos vinieron desde Asturias, se instalaron en la Argentina, trabajaban como locos acá y eso les generó un progreso tanto económico como cultural. Mi vieja no tenía el primario y es una locura hasta dónde llegó. Y no es una cuestión de plata. A ellos les dio un progreso de otro tipo, que permitía que vayan al Colón, que se interrelacionaran con un medio, con un futuro mejor”, aseguró.
En 1942, El Progreso abrió sus puertas y María Licinia y Aureliano trabajaron intensamente de domingo a domingo, sin francos ni vacaciones. “Vivíamos acá, en el bar. Yo me crié en este lugar, andaba en triciclo. Con mi familia vinimos al país a trabajar y a vivir en el mismo lugar como hicieron muchos asturianos. Teníamos una habitación, que hoy es mi oficina, en la que dormíamos y no teníamos baño, usábamos el del bar. Lo mismo con la cocina; para mí la cocina era la del bar. Todo sucedía aquí”, contó César.
Barracas fue y será símbolo del arrabal porteño. Durante las décadas del 40 y 50, fue responsable de una gran concentración y circulación de trabajadores que hacían sus diferentes turnos en la Fabril Financiera, en Noel, el Banco de Italia, Alpargatas, los talleres metalúrgicos y varias fábricas de la zona. El Progreso se convirtió en el paso obligado de aquellas personas, que encontraban allí un lugar para pasar el tiempo.
“El bar era un lugar de encuentro entre amigos para charlar del partido de fútbol y de la carrera de caballos, para los trabajadores de las fábricas, que venían antes o después de sus turnos, para luego de bailar a las dos o tres de la mañana, para leer y para jugar. Tenía una actividad muy fuerte, tanto social como comercial, dado la cercanía a las fábricas, los talleres, la terminal de tranvías, los almacenes, los dos cines ubicados a 150 metros y el Riachuelo, que en ese momento era nuestra conexión con el exterior. Entonces, El Progreso tenía una actividad plena. De hecho, estaba abierto los siete días de la semana y las 24 horas”, recordó César.
Y agregó que era conocido como “el bar de billares” y donde se podía jugar también a los naipes, al dominó o al burako.
Aquel histórico barrio de Barracas ya no es lo que era antes. Las grandes fábricas se convirtieron en galpones abandonados y olvidados y muchos de sus negocios desaparecieron, y así las grandes multitudes de gente. Pero la cultura barrial permanece.
“Recuerdo que siete menos veinte en esta cuadra paraba el micro que iba a la Ford. Entonces, los que lo tomaban se preguntaban dónde se juntaban a esperarlo, y la respuesta siempre era: en un bar. El Progreso fue y es un refugio. Hay algunos que se refugian para leer, para enamorarse o desenamorarse, para estudiar, para hacer negocios o para evadirse. También, recibo mucha gente jubilada, que está sola y trata de llevar su tiempo (por no decir matarlo) acá en el bar. ¿Por qué viene una señora a comer acá todos los días? Porque se sienta y mira, habla con la gente. Cada uno busca en este bar un refugio para algo y esto pasa desde hace muchos años”, confesó Moreno.
Paredes con historia
En las paredes de El Progreso se ven fotos antiguas, en blanco y negro, que rememoran al barrio y a sus personajes más icónicos. También hay una serie de espejos y posters de películas y series tanto nacionales como internacionales que se filmaron ahí mismo. El bar destaca por ser uno de los cafés de Buenos Aires con más rodajes de películas, series y publicidades.
Fue escenario de producciones como El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela, Operación Final, de Chris Weitz, El amor después del amor, la serie de la vida de Fito Páez, las series El Lobista y La fragilidad de los cuerpos, Las grietas de Jara basada en la novela de Claudia Piñeiro, Roma, de Adolfo Aristarain, Puán, de María Alché y Benjamin Naishtat ganadora de varios premios, entre muchas otras.
En cuanto a la producción más significativa, sin dudas se trató de la película hollywoodense Operación Final. “Fue muy buena, en cuanto a la responsabilidad de la productora y todo su desarrollo. Estuvimos rodando 12 horas, desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. La ambientación fue el día anterior y el desarme medio día después. Fue muy interesante y profesional todo”, contó Moreno.
También, quiso destacar una producción nacional reciente, Lo que quisimos ser, dirigida por Alejandro Agresti y con la participación de Eleonora Wexler y Luis Rubio. “Estamos sentados justamente en la ventana que forma parte de la foto promocional de la película. Fue intenso su rodaje, tenía que ser de noche y se hizo en cuatro días”, comentó.

Además de ser una locación elegida para varias películas y series, lo es para videoclips como el de la canción “Ex” de Mau y Ricky con La Joaqui. “Hablé con el director, que venía de Barcelona y le pregunté, ‘¿qué es lo que usted encuentra acá?’, y me respondió que el bar tiene magia… Y algo que aprendí después de ellos es que tiene un muy buen tiro de cámara también”, aseguró César.
También cree que lo buscan por “la argentinidad manifiesta” del café, la barra, de la ventana y de las mesas antiguas que son conservadas hasta la actualidad en perfecto estado.
En cuanto a las refacciones y puestas en valor del lugar, César contó que tuvo la colaboración de arquitectos especialistas en restauraciones y de su hijo. De algo están seguros: la esencia es la esencia y no se toca.
Un año atrás pintaron la fachada y le hicieron una recuperación, sin quitar “ni un gramo” de lo original. “La puerta tiene 84 años y mantiene todas sus aberturas. Hace poco descubrí unas pinturas con inscripciones en algunos de los vidrios y saqué la conclusión de que mis padres le habrían puesto esos cobertores a efectos de combatir el calor. La guasería, las mesas, la heladera y el mostrador son los mismos. Curiosamente yo me crie acá pero no me pidas un huevo frito o una carne a la cacerola que no lo sé ni hacer. No soy gastronómico de raíz pero sí asesoro y gestiono”, confesó.
En cuanto al piso, se hizo una reciente refacción pero manteniendo el granito lo más parecido posible, que ya databa de hace 80 años. César cuenta que si uno compara el granito anterior con el actual, es difícil encontrar la diferencia. Uno “está impecable” y el otro “ya está desgastado por el paso del tiempo”.
En el momento en el que se levantó el piso anterior para reemplazarlo por el otro, César encontró unas venecitas blancas, similares a las de las farmacias antiguas. Una vez que consiguió los planos originales del espacio, figuraba que allí efectivamente funcionaba una farmacia, en algún momento entre 1911 y 1942. “El lugar no me deja de sorprender”, confesó.
Bar notable
En 2015, El Progreso fue declarado Bar Notable de la Ciudad de Buenos Aires por su vinculación a las actividades culturales, por su antigüedad, su diseño arquitectónico y su relevancia local.
“Fue parte de una campaña en la que buscaban bares que representaran eso típico argentino. No solamente desde lo arquitectónico, sino desde el hábito, de las costumbres que se mantienen. Si yo empiezo a vender sushi acá, estoy rompiendo con la tradición del bar. A pesar de que la heladera que tengo podría ser más moderna o linda, mantengo la de la época”, explicó Moreno.
Algunos de los platos típicos y más elegidos por sus habitués son el pastel de papas, la milanesa a caballo, las albóndigas con puré, el asado, el flan y los famosos tostados de jamón y queso acompañados por un café.
En los rincones del Progreso, permanecen sus vidrieras, que encapsulan piezas antiguas dignas de exponerse en un museo tales como planchas, cajas de fósforos, teléfonos antiguos, libros, fotografías, mates, pavas, juegos completos de té, un dominó, cristalería de la época y un cuaderno para “dedicarle unas palabras” al bar.
Una de sus vidrieras, César la identifica como “la familiar”. Allí se encuentran fotos de sus abuelos, de sus padres, de él cuando era pequeño, objetos que fueron coleccionando sus padres a través del tiempo y sus pasaportes cuando vinieron al país.
El resto de las vitrinas, están colmadas de objetos que traen y obsequian los mismos clientes del bar. “Hay un cliente que hace mini maquetas de frentes de bares notables e hizo una del Progreso y me la dio en consignación para que la exponga acá. Esto tiene un significado más allá del dinero y sucedió en una charla una vez que vino. Él está re orgulloso de exhibirla”, confesó César, refiriéndose a una de las piezas que más le emocionó recibir en este último tiempo.
Y agregó: “Algunos de los objetos la gente prefiere que estén acá y no en su casa. Es muy loco. Cuando vienen, se reencuentran con el objeto y saben que está ahí expuesto. Dejan una parte de él, de ella, de su tío o de su abuelo y ahí hay una magia”.
Así como hay vitrinas en el interior del bar, también las hay en el exterior, junto a los laterales de su fachada. En ellas descansan juguetes, autitos y aviones de colección, entre muchas otras antigüedades. La decoración de las vitrinas no son fijas, sino que César las va modificando a través del tiempo. Para un día del niño, tuvo una idea: exhibir sus viejos juguetes junto con los juguetes actuales de sus hijos, haciendo convivir lo antiguo con lo moderno.
Siguiendo la misma línea de los múltiples objetos que ha recibido a través de los años, expresó: “En el último almuerzo que tuve con el presidente de la empresa para la que trabajé, me regaló un autito amarillo y me dijo: ‘Che, para tu vidriera’. Hace poco había fallecido su padre, que le gustaba coleccionarlos. Es el hecho. Él no va a venir nunca al café, pero estoy seguro que si algún día viene, se va a acordar”.
● El Progreso está abierto de lunes a viernes de 8 a 19 y sábados de 8 a 16. Está ubicado en Av. Montes de Oca 1702, Barracas.
Fuente: Camila Blousson, La Nación