Homenajes, cuestiones políticas, reparaciones históricas o simples cambios culturales. No hay un único motivo por el cual las calles de Buenos Aires cambian de nombre, muchas veces, relacionados con figuras o eventos relevantes que son o deben ser ‘revisionados’. El desarrollo urbano también juega un rol fundamental en esta reescritura del trazado de la vía pública, signo de ese proceso dinámico asociado a la constante evolución de la ciudad y la sociedad argentina.

Uno de los ejemplos más destacados, sin dudas, es la calle Defensa: una de las arterias más antiguas de la capital porteña, parte esencial de los primeros trazados urbanos del casco histórico, tras su fundación en 1580. Desde su nacimiento a pasos de Plaza de Mayo hasta perderse en uno de los laterales de Parque Lezama en Barracas, la calle recorre 1,8 kilómetros, atravesando los barrios de Monserrat y San Telmo. Obtuvo su denominación actual en el año 1849, en homenaje a la defensa de Buenos Aires en las invasiones inglesas de 1806 y 1807; pero hay que remontarse algunos siglos atrás para descubrir sus comienzos y su relevancia en la urbanidad y la historia fundacional de nuestro país.
Un arrabal en la meseta fundacional
La historia de la calle Defensa va en paralelo a la de Buenos Aires. Para hablar de sus orígenes tenemos que viajar hasta la época de Juan de Garay, cuando el epicentro de la ciudad se extendía no mucho más allá de las pocas manzanas que rodeaban la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo), atravesada por los arroyos que desembocaban en el Río de la Plata. Entre los angostos senderos de la llamada “meseta fundacional”, partiendo de la plaza hacia terrenos más agrestes y peligrosos, ya empezaba a destacarse el ‘camino en el alto’, también conocido como calle Mayor o Real.

A la altura de la actual calle Chile, la primigenia Defensa se chocaba con un brazo del Tercero del sur, un arroyo implacable que producía desmanes –incluso avalanchas– cuando las lluvias hacían crecer su caudal. Pero el arrabal le hizo frente a todo y se siguió expandiendo, recibiendo a los viajeros y a los trabajadores del puerto que fueron poblando la zona, ganándole terreno a las aguas. Y Defensa, que iba cambiando de nombres a lo largo de su recorrido (“Camino de San Francisco”, “de la higuera”, “del hospital”, “del zanjón”), también jugó su papel en este crecimiento exponencial, uniendo la Plaza Mayor y la zona portuaria como vía obligatoria.
En 1769 la calle Mayor pasó a llamarse “de San Martín”. Por aquel entonces, seguía siendo la columna vertebral del progreso de Buenos Aires, pero no por ello menos complicada para transitar. Según el historiador Vicente Quesada, en el año 1783, el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo solicitó al Cabildo “mejorar el estado deplorable de las calles intransitables por las lluvias y el paso de las carretas de bueyes”. De Defensa en particular, sumando veredas para darle solución al tránsito peatonal, a los carros y las diligencias.
Durante la gobernación del virrey Arredondo, Miguel de Azcuénaga –regidor del Cabildo– tomó la iniciativa de empedrar, en principio, 36 calles alrededor de la Plaza Mayor con piedras traídas de la isla Martín García. El pueblo debía pagar medio real por vara para socorro de los presos empleados en el arduo trabajo, y en un curioso manuscrito encontrado en la Biblioteca Nacional, fechado en 1795, Azcuénaga le solicitaba al virrey Pedro Melo que se le concedan dos corridas de toros, para que con su beneficio se pueda ayudar a la obra del empedrado. De esta manera, las tres primeras cuadras de la calle Defensa fueron pavimentadas utilizando “el empedrado bruto” (piedras irregulares, sin un acabado pulido o uniforme); la primera pavimentación del país, a punto de enfrentarse con las tropas inglesas.
La calle de la capitulación
San Telmo no es solo un distrito pintoresco, también es un barrio con historia donde se desarrollaron algunos de los hechos más significativos para el futuro de la patria. El 25 de junio de 1806, los ingleses al mando del general William Beresford desembarcaron en la Punta de Quilmes y pronto se encontraron en las calles de Alto de San Pedro (como se conocía al barrio en esos tiempos de agitación), escenario de la primera invasión. Incluso, las tropas inglesas hicieron un alto en Defensa y Carlos Calvo para recibir un borrador de la capitulación.
Cuentan los historiadores que “el día 27 de junio los vecinos debieron permanecer en sus casas, con las puertas y ventanas cerradas, oyendo impotentes como los ingleses, chapoteando en el barro y bajo una lluvia torrencial, marchaban por la actual calle Defensa en procura de la rendición de la ciudad”. Ese mismo día, las autoridades virreinales aceptaron los términos de Beresford y entregaron Buenos Aires a los británicos. Fueron los propios porteños quienes comenzaron a agruparse para preparar la rebelión y la reconquistar de la ciudad.
A los 46 días de la invasión, el 20 de agosto de 1806, las trompas veteranas de Buenos Aires, comandadas por Santiago de Liniers más cientos de civiles voluntarios de la ciudad y zona aledañas, recuperaron la capital porteña. Así, Liniers se ganó el honor de renombrar la calle desde el año 1808; misma senda que volvió a cambiar de denominación en 1822, para empezar a llamarse Reconquista. Casi 25 años después, de la mano de Juan Manuel de Rosas, se decretó su nombre actual: Defensa, justamente, en homenaje a los valientes que protagonizaron aquella proeza.
Entre la industria y los conventillos
Por su ubicación estratégica, cercana al río y las zonas productivas, la calle Defensa se convirtió en el lugar propicio para el asentamiento de las primeras industrias que se desarrollaron en la ciudad: el procesamiento de productos agropecuarios, los saladeros –dedicados a la exportación de carne y cueros–, la producción de ladrillos y molinos harineros. En la esquina de Europa (hoy Carlos Calvo) y Defensa, allá por 1847, también se inauguró El sol: la primera empresa de dulces fundada por Carlos Noel, especializada en confituras y dulces de frutas que se vendían en puestos de la Recova y alrededores del Cabildo.

La epidemia de fiebre amarilla en 1871 y la primera oleada de inmigrantes a finales del siglo XIX volvieron a cambiar la morfología del barrio y de esta calle con historia. Mientras las familias pudientes abandonaban sus casonas buscando escapar de la enfermedad, iniciando el éxodo hacia otras zonas menos pobladas de la ciudad como Recoleta o Balvanera, el casco histórico le daba la bienvenida a miles y miles de españoles e italianos, que terminaron asentados en esas mismas casas, años después, reconvertidas en conventillos.
Como la casa de los Ezeiza, una antigua vivienda familiar de estilo italianizante con tres patios y una huerta, construida para alojar a Elías y Eduarda Ezeiza, descendientes de los primeros Ezeiza provenientes de Albistur. La familia abandonó la casa para instalarse en Barrio Norte. Al tiempo, en ella se estableció una escuela primaria, más tarde fue sede del Instituto Nacional de Sordomudos, y con la llegada de la segunda corriente migratoria, a principios del siglo XX, se transformó en un conventillo donde llegaron a vivir 32 familias (unas 120 personas) hacinadas a metros de la Plaza Dorrego. Hoy es el paseo de compras Pasaje Defensa, una de las tantas paradas obligatorias a lo largo de esta callecita que nos invita a viajar por el tiempo.
Fuente: Jessica Blady, La Nación