El recital de Elvis Presley 50 días antes de su muerte: gritos, histeria y el video de la última canción de su vida

El 26 de junio de 1977, el Rey se presentó en Indianápolis ante 18 mil espectadores. El show fue grabado por un espectador, y parte del mismo se salvó. Poco menos de dos meses más tarde, moría de un ataque cardíaco en el baño de Graceland, su mansión de Memphis

A las 20.30 del domingo 26 de junio de 1977 Elvis Aaron Presley subía al escenario del Market Square Arena de Indianapolis, Indiana. Todo comenzó cuando Jerome “Stump” Monroe comenzó a castigar los redoblantes de su batería, luego los acordes del piano de Glen Hardin, e inmediatamente la orquesta inició su acostumbrado “Así hablaba Zarathustra”. Detrás de los cortinados, Joe Esposito (uno de sus compañeros en la milicia en Friedberg, Alemania Occidental, luego gerente en las giras y su testigo de casamiento) inclinó su cabeza, como diciéndole, “adelante, está todo bien”, y “El Rey” subió al escenario del fabuloso estadio cerrado Market Square Arena de Indianapolis, Indiana. Y las 18.000 personas que lo esperaban estallaron de alegría.

El último show Elvis Presley con See see rider

Elvis saludó con ambos brazos sin pronunciar palabra, tomó su guitarra acústica y comenzó con “See see rider”, un tema de Ma Rainey de 1925 que los británicos “The Animals”, con la voz de Eric Burdon, rescataron del olvido en 1967. Claro, como en otras canciones, Presley le puso la impronta de su impecable voz y sus movimientos corporales. Lucía uno de sus tantos trajes blancos especialmente diseñados por Bill Belew y que pude observar en mis tres visitas a su casa “Graceland” en Memphis, Tennessee. Luego, comenzó a hablar, jugando con la gente: “Ustedes creen que estoy nervioso? Pues es cierto, estoy nervioso” e inmediatamente siguió con el “I got a woman” de Ray Charles, pegado a “Amen” un tema góspel al que era tan afecto. Al terminar Charlie Hodge, su otro compañero de colimba en Alemania, le acercó un vaso de agua y arranco caminando sobre el escenario con su acostumbrado y clásico “Treate me like a fool” de los primeros años. La grabación de una parte de ese concierto fue realizada y salvada para la historia por uno de los asistentes del público y años más tarde remasterizada. La grabación no puede esconder algunos alaridos del público mientras “The King” se deslizaba cadenciosamente por el escenario seguido por Hodge que le alcanza pañuelos que él regala al público. A su vez, el recibía todo tipo de afectuosos presentes, desde flores, retratos y besos. El agradecía a cada uno. Al finalizar su canción, se dirigió al público, mientras le regalaba a una de sus seguidoras otro pañuelo blanco que tenía en su cuello y arrancó con “Fairytale”.

Luego, canto un tema country y seguidamente entonó “Puente sobre aguas turbulentas, de Paul Simon. A diferencia de otras canciones, y otros tiempos, Hodge le alcanzo un papel con la letra. Minutos más tarde subió al escenario su padre Vernon y lo presento. No se olvido del country e insistió con “Early morning rain” y se despidió con “No puedo dejar de enamorarme”, uno de sus temas más buscados, que canto en su película “Blue Hawai”. Al finalizar el tema, como siempre, volvieron a sonar los sones de “Zarathustra” y Joe lo tomó del brazo y lo condujo a la salida. Pocos saben que siempre lo hacía porque la luz de los flashes y los reflectores lo enceguecían. La gente gritaba, no se movía de sus asientos, hasta que la voz del estadio se limitó a decir “Elvis ha dejado el edificio”. Tanto Elvis, como su público, no sabían que este era su último show. Le quedaban 50 días de vida.

Muy poco tiempo antes, en una de sus últimas giras, se habían grabado profesionalmente sus conciertos que llevarían el título de “Elvis in concert” y que fueron escondidos porque sus asesores lo veían muy gordo y muchas veces fuera de tiempo. Recién lo largarían al mercado después de la tragedia. Para mi generación, Elvis con su música, nos dio una gran alegría en medio de tantos sinsabores. Nos ilusionó con su voz y nos acompaño en las buenas y en las malas.

La historia del joven Elvis Aaron Presley, introvertido camionero y empleado de la compañía “Crown Electric”, comenzó la tarde del 5 de julio de 1954 en los estudios “Sun Records” de 706 Avenida Unión de Memphis, Tennessee. El dueño, Sam Phillips, había logrado encontrarlo, preparó una sesión de prueba y lo hizo acompañar por los ignotos Scotty More en la guitarra y Bill Black en el bajo de caja. Esa tarde, cuando ya había pasado un largo tiempo y se daba por finalizada la prueba, Phillips hizo una seña y los muchachos dejaron de tocar mientras probaba las grabaciones. El dueño de “Sun” no estaba satisfecho y mientras los muchachos esperaban una respuesta dentro del estudio, entornó la puerta de la pequeña cabina de grabación. Fue entonces cuando escuchó que Elvis con su guitarra jugaba con una canción que no había sido tocada esa jornada y mientras la entonaba se movía acompasándola. Se materializaba una epifanía. Se trataba de “That s alrigth mama”, un tema del cantante de color Arthur “Big Boy” Crudup de los años cuarenta. Se habían alineado los planetas y en ese mundo sureño, con severa discriminación racial, el ritmo negro se tomo de la mano con el country blanco y comenzaron a caminar juntos. Quiérase o no había nacido el rock and roll y el joven nacido en Tupelo, Mississippi cambiaria su vida radicalmente. Phillips se quedo maravillado e hizo todos los arreglos necesarios y en pocas tomas la versión estaba lista.

That’s alright mama, la primera grabación de Elvis

En el lado B del primer disco se grabo “Blue Moon Of Kentucky” de Bill Monroe, a quien se la escuché en vivo en el Grand Ole Opry en una de mis seis estadías en Nashville, Tennesee. La letra era la misma y la versión musical clásica de “bluegrass” había sido totalmente transformada. Una vez hecho el disco Phillips lo llevo al programa más escuchado de Memphis y frente a los numerosos llamados telefónicos el disc jockey lo tuvo que pasar 14 veces seguidas. El mundo comenzaba a balancearse y el rock deslizaría por todo el planeta. A la Argentina, como bien enseña Carlos Rodríguez Ares, llegó en los cincuenta, no como dicen los muchachos de la Plaza Francia en los sesenta. Ahí están Luis Aguilé, “Mister Roll y sus Rocks” (con Lalo Shifrin en los arreglos y el piano), Billy Cafaro y Alberto Felipe Soria, más conocido como “Johnny Tedesco”, entre otros, para probarlo. Hasta ese momento las radios pasaban tangos, folklore y las canciones de Sinatra, Dorys Day, Les Baxter, Perry Como, Eddie Fihser y Xavier Cugat.

En una de mis visitas a “Graceland”, la casa sobre “Elvis Boulevard” (Foto gentileza Juan Bautista Tata Yofre)

A partir del 5 de julio de 1954 la historia de la música popular se alteró. Y Elvis se transformó en mensajero del gran cambio. Los datos duros dicen que la “Recording Industry Association of America – RIAA – le entregó a Elvis Presley su primer Premio de oro en 1958, cuando la RIAA comenzó a seguir sus ventas. En agosto de 1992, fue premiado con ciento diez discos de oro, platino y multiplatino por sus álbumes y sencillos, la mayor presentación de premios de oro y platino en la historia. Siguiendo con los datos de la RIAA en 2011, la organización le certificó a Elvis un total de 90 discos de oro, 52 de platino y 25 discos de multiplatino”.

Contar su historia, detalladamente, no vale la pena porque es medianamente conocida y se entrelaza con cada hecho del devenir moderno. Tampoco agrega nada su matrimonio y separación con Priscilla Beaulieu. En mi libro “La trama de Madrid”, que trata sobre la vuelta definitiva de Juan Domingo Perón a la Argentina en junio de 1973, relato que en París, el sábado 27 de enero de 1973, concluyeron las negociaciones de paz en Vietnam entre los gobiernos de Washington y Hanoi. Una gran parte de los medios internacionales lo consideraban el acontecimiento histórico más destacado de la década.

Elvis con un disco de oro, foto tomada por mi en Graceland. (Foto: gentileza Juan Bautista Tata Yofre)

Sin embargo, decididamente, no fue el único gran acontecimiento del comienzo de ese 1973. A miles de kilómetros — geográficos y tecnológicos — de Buenos Aires, y algunos miles menos de Hanoi y Saigón, el 14 de enero de 1973 a la medianoche (por la diferencia horaria con el Lejano Oriente), “El Rey” subió al escenario del hotel Hilton de Hawai, mientras 1.500 millones de personas lo miraban en directo, vía satélite y en colores. Más público que cuando los astronautas bajaron en la Luna en julio de 1969. Vestido con un enterizo blanco, con piedras de color incrustadas en su saco, ropa que aún se puede ver en uno de los escaparates del museo de “Graceland”, Elvis Aaron Presley, a la cuarta canción, lo miró a su amigo, guitarrista y director de escena, Charlie Hodge, como preguntándole ¿y ahora? Charlie le pasó un vaso con agua, le dijo el título de la próxima entrega, mientras la fabulosa Fender Telecaster del inigualable James Burton comenzaba con los primeros acordes y Ronnie Tutt le daba el pié con la batería. Hodge lo observó moviendo sus hombros con las primeras notas; Elvis le devolvió el vaso a su viejo amigo y miembro del Memphis Gang, éste le dijo “all right” (está bien), y El Rey se adelantó hacia la gente, comenzando a fundir con el mismo mud (barro) del río Mississippi, en Baton Rouge, Lousiana, los campos de algodón del Estado de Mississippi con la alegría del country music de Nashville, Tennessee.

Visita a Estudios Sun en Memphis (Foto: gentileza Juan Bautista Tata Yofre)

Estaba cantando Steamroller Blues, la canción escrita por James Taylor. En Taylor era una cataplasma, en la voz de Elvis una revelación. A su estilo, había convertido un somnífero en blue-rock. Se desplazaba por el escenario, con su metro noventa, con una gran comodidad. Se acercó a una señorita, le dio un beso y recibió un collar de flores amarillas, él le regaló uno de sus tantos pañuelos de color que le pasaba Hodge, mientras con su característica mirada socarrona, le dedicaba una estrofa de la canción. Aquí, en Buenos Aires, el show no se vio por tres razones: 1) No había mercado dispuesto a pagarlo; 2) Los televisores no eran en color; 3) El gobierno militar de Alejandro Lanusse, con sus arcas exhaustas, no autorizaba a girar dólares al exterior. El recital Aloha from Hawai se dio en los cines al año siguiente. Elvis y su manager, el coronel Tom Parker, cobraron la fortuna de 900.000 dólares y el sello RCA se quedó con 100.000. Se lo veía feliz, antes de terminar el recital volvió a acercarse a Charlie Hodge, éste le musitó Welcome to my World, la vieja canción country que popularizó Faron Young, caminó tranquilamente por el largo escenario, se hundió en el público, volvió a desprenderse de otro pañuelo (esta vez rojo), y le dedico una sonrisa a una joven rubia. Cuando terminó el show se arrodilló, miró hacia Dios agradeciendo, como hace Lionel Messi, lanzó hacia el público su capa blanca forrada de satén azul marino, de 10.000 dólares y dijo adiós. Según sostiene uno de sus principales biógrafos, en ese instante Elvis iniciaba su caída libre. Aunque moriría el 16 de agosto de 1977.

Tras su recital del 26 de junio de 1977, en Indiana, Elvis volvió a Memphis en su avión privado “Lisa Marie”, un Convair 880 para 120 personas, para descansar y prepararse a emprender otra gira que comenzaría en Portland, Maine, el 16 de agosto siguiente. Durante la madrugada de ese día jugó a la paleta, leyó un libro místico, y entonó “Blue eyes crying in the rain”, escrita por el famoso Willie Nelson. Pasado el mediodía, Al Strada uno de sus asistentes, fue llamado al segundo piso de la casa con urgencia por Ginger Alden, la pareja de Presley en esos días. Luego llegó Joe Esposito y lo encontró a Elvis tirado en el baño. Según su relato, intentó reanimarlo pero su cuerpo mostraba signos de rigidez. Tras ser llevado por su médico Nichopoulos, Joe y Charlie, en una ambulancia al Hospital Conmemorativo Bautista, poco más tarde se lo dio oficialmente por muerto. “Algo de América a muerto” comentó un periodista televisivo. “Elvis is gone” le dijo Esposito al coronel Tom Parker, su gran manager, telefónicamente. Ese día Elvis Presley terminaba una pelea que lo había acompañado toda su vida. Lo explicó así durante una conferencia de prensa en Nueva York: “Una cosa es la imagen y otra la persona detrás de ella. Es muy duro estar a la altura de una imagen”. Falleció a los 42 años en la soledad como William Holden, otro grande de su época. Elvis en su baño, de un ataque al corazón y obnubilado por una serie de pastillas y Holden en su habitación tras golpearse contra la mesa de luz luego de una generosa ingesta de whisky.

Fuente: Juan Bautista Tata Yofre, Infobae,